por T. Austin-Sparks
Capítulo 3 - Abraham: Un Gran Pionero
“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11:13-16)
Consideremos ahora a Abraham como figura representativa de los pioneros del camino celestial. Comenzamos reafirmando que había muy ciertamente en Abraham, como debe haberlo y lo hay siempre en cada pionero espiritual –en todo el que se adelanta para explorar y explotar el reino celestial–, un sentido innato y profundo de un destino.
Acerca de Abraham, cuando estaba en Ur de los caldeos, Esteban dice: "El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham» (Hechos 7:2). No sabemos cómo el Dios de la gloria se le apareció. Es posible que fuese en una de esas teofanías comunes al Antiguo Testamento, y que vemos más tarde en la vida de Abraham, cuando Dios vino a él en figura humana. No sabemos, pero sí sabemos, por su vida entera, que de ello resultó este enorme sentido de un destino, que lo desarraigó del todo de su vida pasada y produjo en él un hondo desasosiego; pero un desasosiego provechoso, un descontento santo y profundo. Puede ser que no se tenga razón para estar descontento, pero hay una clase buena de descontento. ¡Quiera Dios que muchos cristianos más lo tengan!
Ahora bien, no entiendan ni interpreten esto mal; no se trata de una inestabilidad caprichosa o natural. Si usted es una persona que nunca está contenta, no piense que es un descontento divino; puede que sea debido a su temperamento. Usted es posiblemente una de esas personas que nunca pueden perseverar con algo por mucho tiempo, que están siempre saltando de una cosa a otra. En ese caso será un completo inadaptado, tanto en este mundo como en el reino de Dios. No era eso en Abraham. Había algo del cielo que obraba en él. La prueba es que estaba siempre en un movimiento ascendente, no horizontal. Hacía progresos todo el tiempo, no sólo a nivel terrenal, sino también espiritual.
En Abraham se originó una ansia que fue creciendo a través de los años, e hizo que le fuera imposible instalarse y aceptar cualquier cosa menos que el pleno propósito de Dios. No podía aceptar nada menos con relación a Dios. Desde luego, el sentido de esto tenía que crecer. Tenía que llegar a comprender progresivamente lo que significaba. Sucedía de esta manera: llegaba a un cierto lugar y pensaba tal vez que era allí; pero luego comprendía que no era aquello y tenía que ir más lejos. Entonces se decía quizás: “Ya está, esto es”. Pero no, no era eso y pensaba: “Hay todavía, no sé qué es, no puedo definirlo, explicarlo, pero sé, dentro de mí, que Dios tiene aún algo más”.
"No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús» (Filipenses 3:12). Esta ansia que, atravesando los siglos, fue tan real en la vida del hombre cuyas palabras vengo de citar. Nunca pudo aceptar lo que es menos que lo mejor de Dios. Una y otra vez, en el transcurso de la historia, Dios no ha hallado siempre la posibilidad de llevar a cabo lo mejor, lo supremo. La gente no quería proseguir en ese sentido y dijo: 'Bien, tendrán lo que es bueno pero que es menos.' Y es lo que tenían. Pero los pioneros nunca hacen eso. Abraham no pudo hacerlo.
Junto a Abraham estaba Lot. Éste era un hombre que buscaba siempre la seguridad aquí. Buscó la ciudad, buscó una casa. No le gustaba la vida de la tienda. Quería establecerse en este mundo y se estableció. Pero con eso y todo, Lot era el hombre débil. Abraham que vivía en tienda y estaba continuamente trasladándose de un lugar a otro, era el hombre fuerte. Esto no era nada natural, era espiritual. Esta ansia del cielo, esta poderosa fuerza espiritual que obraba en Abraham, le llevó a la dura escuela de lo celestial. Para lo terrenal, para lo natural, para la carne, lo celestial es una escuela muy dura. Abraham fue guiado por este anhelo del cielo.
EL CONFLICTO ENTRE LO ESPIRITUAL Y LO TEMPORAL
En primer lugar había el conflicto entre lo espiritual y lo temporal, entre lo invisible y lo visible. Es un conflicto muy feroz que obligó a Abraham a tomar a veces una decisión muy elevada en su vida. Vemos por un lado que Dios bendecía a Abraham, le hacía prosperar. Había señales de que el Señor estaba con él. Había crecimiento, gran aumento, sí, embarazoso aumento. Sus rebaños y ganados se multiplicaron; era verdaderamente un príncipe en el país y, sin embargo, esta misma bendición del Señor llegó algunas veces a punto de ser totalmente destruida por la devastadora hambre. ¿Por qué Dios había bendecido aumentando, y luego permitía que algo pudiese acabar con todo en cualquier momento? Eso es un problema más bien difícil, ¿no es verdad? ¿No hubiera sido mejor menos prosperidad que verlo todo amenazado? Para Abraham era un problema muy agudo. Fue lo que causó uno de sus fracasos, pues, bajó a Egipto. Era una escuela dura.
¿Qué significa eso? Parece que Dios dé con una mano y se lleve con la otra; haga prosperar, bendiga y después añada algo que amenace destruir la bendición. ¿Está Dios en contradicción consigo mismo? En esos momentos estamos tentados de interpretar la situación y decirnos: ¿es que no somos después de todo más que peones de un juego? ¿Es que no somos después de todo más que objetos del azar, seres afortunados o desafortunados? ¿Está el Señor en esto? ¿Puede esto explicarnos realmente que el Señor es un Dios coherente? Es una escuela dura. Pero, ven ustedes, está del todo de acuerdo con lo que Dios está haciendo.
¿Qué está haciendo? Bien, si Él bendice, hay dos cosas que están ligadas. Primero la bendición de Abraham, su prosperidad, tenía que tener su apoyo en el cielo, no en la tierra. Dios introducía el gran principio celestial. ¡Oh el Señor puede bendecir y aumentar! pero Dios prohibe que presumamos de que ahora nos podemos ganar la vida, llevar las cosas adelante, ponernos en marcha y sostener nuestra marcha con nuestra propia energía. Él nos hará ver que aunque bendiga, aunque la cosa venga de Él –por grande que sea–, puede perecer en cualquier momento a no ser que el cielo la cuide. Esto es una lección. No nos jactemos, no demos nada por descontado. Hasta el fin, vivamos del cielo a cada momento. Tanto en la prosperidad como en la adversidad, agarrémonos al cielo.
Hay también este otro factor: Dios preparaba a Abraham a fin de que pudiese salir indemne de la bendición. Salir indemne de la bendición, tal disciplina, tal prueba de fe, no es cualquier cosa. De manera que a Abraham no le importaba cuánto Dios lo bendecía. No dejaba que las bendiciones oscurecieran la visión celestial y lo detuvieran en el camino. Esto es un triunfo enorme. ¡Oh los peligros devastadores de la bendición! Tal vez usted no conozca mucho de esos peligros todavía.
Pero Dios quiere ponernos a salvo para su remo celestial, a salvo para el desarrollo espiritual, a salvo para ser usados poderosamente. Nunca estamos a salvo si lo que es menos que lo absoluto de Dios nos detiene, nunca a salvo si lo bueno es enemigo de lo mejor. Con Abraham está muy claro; fuese en la prosperidad o en la adversidad, nunca se permitió acomodarse ni admitía la suposición que hubiese llegado. Si en algún momento le parecía, lo rechazaba rápidamente. "Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo..."
Otra cosa acerca de Abraham es que no dejó nunca que las dificultades aparentes, por grandes que fuesen, terminaran poniendo freno a su progreso espiritual y a su marcha ascendente. Hablaremos de esto dentro de un momento.
¿No ven ustedes cómo Josué y Caleb entendieron todo esto? Pensemos de nuevo en Josué y Caleb. Eran hombres que habían estado sin duda en esa escuela. De no ser así, nunca habrían podido llevar la generación siguiente al país. Sólo Dios sabe por lo que esos hombres pasaron. Su historia nos está narrada en muy pocos versículos: los espías que salieron, el informe de la minoría y la intención de apedrearlos y matarlos. Pero a eso tenemos que añadir los largos años, mientras que toda la generación iba muriendo, y ellos dos solos aferrados a la visión celestial. Es una escuela dura. Se habrían podido desanimar fácilmente, dejándolo por imposible. Pero no, pues lo celestial los había agarrado en lo más íntimo de su ser y los sostuvo aun en la adversidad más grande. Pasaron a través de ella: "vencieron el mundo".
EL CONFLICTO ENTRE LO ESPIRITUAL Y LO CARNAL
Por otra parte, había además el conflicto entre lo espiritual y lo carnal. No sólo entre lo espiritual y lo temporal, sino entre lo espiritual y lo carnal. Este conflicto vino ni más ni menos dentro de lo que podemos llamar el círculo doméstico. Estaba en la familia, en la sangre. Estaba en Lot. Les estoy hablando espiritualmente. Interpreto a Lot como representando algo que está no sólo y objetivamente en la familia cristiana (lo que es por supuesto muy cierto), sino que está de manera subjetiva en nuestra propia naturaleza; lo carnal provocando conflicto contra lo espiritual, lo terrenal contra lo celestial.
Lot es de la misma sangre que Abraham, pero justamente en la sangre, en la familia–si quieren en la familia cristiana–, hay este lado carnal: Lot y su mundanalidad, su mentalidad, visión, ambición y aspiraciones mundanas. No hay visión celestial en Lot y está al lado de Abraham, muy junto a él. Es precisamente en su sangre que Abraham encuentra esta oposición a su marcha espiritual. Está ahí, en nosotros y en la familia cristiana; está muy cerca, todo el tiempo, este deseo de instalarse, de poseer aquí y ahora las cosas visibles, las ganancias rápidas, la satisfacción del alma, ese descanso que no es descanso, pero del que pensamos que lo es.
Muchos de ustedes conocen esto, saben de qué estoy hablando; saben cómo, de un modo natural, deseamos a veces un descanso y tratamos de obtenerlo, pero no lo conseguimos hasta que venimos al Señor. Hallamos nuestro verdadero reposo en las cosas del cielo y no teniendo vacaciones. Pero ahí está, intentando siempre sacamos, quitarnos de en medio o que escapemos: "¡oh si pudiéramos vivir solos en una isla! ¡qué descanso, qué tranquilidad, salir de todo eso!" Pero nunca ocurre así.
Nuestro descanso está en las cosas celestiales. Nuestra satisfacción la hallamos únicamente en las cosas del Señor. Cristianos, ¡vayan a hartarse del mundo! Saben que volverán y dirán: –¡Nunca más eso! Saben que no pueden hacerlo, pero este deseo está en nosotros todo el tiempo. La influencia carnal está en nuestra sangre. En la familia cristiana entera está ese lado de Lot que quiere un cristianismo según el mundo, siempre atrayendo hacia abajo y apartándonos de lo celestial. Abraham conoció todo eso.
Abrir camino para las cosas del Espíritu constituye el terreno mismo del trabajo pionero. Es batallar contra la carne, como si lleváramos siempre de un lado para otro un cadáver, algo sin vida que hemos de arrastrar y someter cada día. Tenemos que decirnos : –¡Vamos, nada de eso, adelante! Ése es el camino del pionero. Usted puede establecerse, pero perderá su herencia celestial.
Lo carnal tiene medios sutilísimos, maneras muy "espirituales". ¿Es esto una contradicción? Es una aparente espiritualidad que se interpreta como espiritualidad. Pienso en el gran combate que Pablo, hombre celestial, tuvo con los corintios, iglesia terrenal. Y, sin embargo, se suponía que los corintios fuesen espirituales. Tenían todos los dones espirituales: los milagros, las curaciones, las lenguas. Pero Pablo dijo: "No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales (1 Corintios 3:1). Al parecer, lo carnal puede tener maneras muy "espirituales". El caso es que el lado carnal de ellos se estaba apoderando de las cosas espirituales, haciendo que lo espiritual sirviera a lo carnal. Se complacían en esas demostraciones, se vanagloriaban de ellas, y así se derribaba lo celestial. No echemos la culpa a los corintios.
(Cómo anhelamos nosotros ver, tener evidencias y pruebas! ¿Por qué hay tantos adictos a esas cosas? Porque hay algo que gusta a la naturaleza humana y, andar en el camino celestial, donde usted no ve y no sabe, es infinitamente más difícil. Pero ése es el camino del pionero espiritual que va a heredar por los otros.
LA PRUEBA DE LA REALIDAD DE LA VISIÓN CELESTIAL
En la visión de Abraham, ¿qué prueba tenemos al final, de que este sentido de destino es verdadero, genuino, que viene en realidad de Dios y no sencillamente de su imaginación?
A) LA FE EN EL DIOS DE LO IMPOSIBLE
En primer lugar, la actitud de Abraham hacia lo imposible. Como se dijo en el capítulo anterior, en el Nuevo Testamento tenemos toda la historia. En el Antiguo parece como si cediera o flaqueara en presencia de lo imposible. Vendremos a eso dentro de un minuto. El Nuevo Testamento nos dice con mucho énfasis que Abraham miró a lo imposible cara a cara, y creyó que era posible. Su actitud hacia lo imposible, acerca de Isaac, probó que había algo más que imaginación; había algo poderoso en su juicio y conciencia de un destino.
El damos o no por vencidos ante una situación que empieza a parecer imposible, es la prueba final que nos demuestra si en nosotros se ha registrado realmente un sentido de vocación celestial. El caso es que aunque usted sienta que quiere darse por vencido, hay algo en usted mismo que no le deja abandonar. Usted ha estado a punto de presentar su dimisión cientos de veces. Una y otra vez se ha dicho: "Voy a salir de esto; no puedo seguir más tiempo o ir más lejos, estoy agotado." Pero ha continuado y continúa, y sabe muy bien que hay algo más fuerte en usted que todas sus resoluciones de dimitir. ¡Cuan necesario es que haya en nosotros ese sentido! Es la prueba de que es algo que no viene de nosotros sino de Dios. "Según el poder que actúa en nosotros" (Efesios 3:20), es eso.
B) LA CAPACIDAD PARA AJUSTARSE CUANDO SE COMETEN ERRORES
Consideren la capacidad que tenía Abraham para ajustarse cuando cometía errores. Este hombre, este pionero, cometió grandes errores. ¿Cuál es la tentación de un siervo de Dios que comete un desacierto notorio, de uno que tiene una responsabilidad y comete un gran error? ¿Cuál es la reacción inmediata?; "¡Oh está a la vista que no soy apto para esto, no he sido llamado para esto, no he servido nunca para esto. Dios ha escogido a la persona menos adecuada, es mejor que me ocupe en otra cosa, que me vaya!".
Abraham cometió errores graves, descuidos y fracasos lamentables, no excusados en la Biblia, mostrados como eran, nunca borrados por Dios; ahí están registrados. No sólo constan en la Palabra escrita, sino que se conocen en la historia: miren hoy a Ismael. Sin embargo, había en Abraham esto, que reaccionaba para ajustarse: 'Me he equivocado bajando a Egipto, pero no quiero darme por vencido desesperándome y negándome a volver. Volveré.' 'He cometido un error en cuanto a Ismael. Debo volver y recuperar mi terreno.' Era un gran hombre. Ante la dolorosa desilusión de sí mismo, se recobraba y se ajustaba.
C) LA OBRA INTERIOR DE UN PODER CELESTIAL
¿Qué nos dice todo esto? En este hombre obraba un poder celestial, pues no es natural, no es lo que se acostumbra hacer. ¡Así conociéramos la tensión y presión, y toda la severidad de esa escuela en la que Abraham estaba! No dejo nunca de maravillarme cuando leo lo que Pablo dice de Abraham: "Y su fe no se debilitó al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció por la fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido" (Romanos 4:19-21). "Como está escrito: Te he puesto por padre de muchas naciones. Y lo es delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos y llama las cosas que no son como si fueran" (Romanos 4:17).
Demostró su fe cuando ató a su único hijo y cogió el cuchillo para matarlo. Un instante más, y el hijo, en quien todas las promesas estaban centradas, habría sido muerto. Digo que me maravillo. Hacer una cosa como ésa, es algo único, incluso para Dios. Es otra cosa para nosotros, tener que entregarlo, tener que devolver a Dios un hijo; pero Abraham lo hizo. Hay algo aquí que no es natural. No es la manera de actuar del mundo, de la tierra. Es la manera del cielo, es el camino celestial. Abraham abría paso en el camino celestial. Por eso ocupa un lugar muy grande en la antigua dispensación, como en ésta, y por siempre. Un gran pionero de las cosas celestiales es lo que significa.
Esto nos puede explicar mucho sobre nuestra propia experiencia. Dios necesita personas así, en estos días de gran decadencia espiritual, de tendencia por parte de Su Iglesia a conformarse a este mundo. Con todas sus buenas intenciones, hasta, tal vez, con motivos puros, está, no obstante, adoptando el sistema y la forma de este mundo para hacer la obra del cielo. Debe haber una reacción a esto y debe haber vasijas para demostrar que no es necesario ir al mundo. El cielo basta para todo.
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