por T. Austin-Sparks
Capítulo 2 - La Crisis Entre lo Terrenal y lo Celestial
“Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel; de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre ellos. Y Moisés los envió desde el desierto de Parán, conforme a la palabra de Jehová; y todos aquellos varones eran príncipes de los hijos de Israel” (Números 13:1-3).
“Los envió, pues, Moisés a reconocer la tierra de Canaán, diciéndoles: Subid de aquí al Neguev, y subid al monte, y observad la tierra cómo es, y el pueblo que la habita, si es fuerte o débil, si poco o numeroso; cómo es la tierra habitada, si es buena o mala; y cómo son las ciudades habitadas, si son campamentos o plazas fortificadas; y cómo es el terreno, si es fértil o estéril, si en él hay árboles o no; y esforzaos, y tomad del fruto del país. Y era el tiempo de las primeras uvas. Y ellos subieron, y reconocieron la tierra desde el desierto de Zin hasta Rehob, entrando en Hamat. Y subieron al Neguev y vinieron hasta Hebrón; y allí estaban Ahimán, Sesai y Talmai, hijos de Anac. Hebrón fue edificada siete años antes de Zoán en Egipto. Y llegaron hasta el arroyo de Escol, y de allí cortaron un sarmiento con un racimo de uvas, el cual trajeron dos en un palo, y de las granadas y de los higos” (Números 13:17-23).
“Y les contaron, diciendo: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella. Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac. Amalec habita el Neguev, y el heteo, el jebuseo y el amorreo habitan en el monte, y el cananeo habita junto al mar, y a la ribera del Jordán. Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos. Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros. Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos” (Números 13:27-33).
“Entonces toda la congregación gritó, y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche. Y se quejaron contra Moisés y contra Aarón todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud: ¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos! ¿Y por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto?” (Núm. 14:1-3).
Hemos estado considerando la realidad y la naturaleza del camino celestial. La Biblia empieza con la creación de los cielos y el gobierno de los cielos. Termina con la aparición de lo que el cielo ha formado, conforme a los principios celestiales: la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que desciende del cielo, de Dios, cumpliéndose esta palabra que hemos leído en Hebreos 11:16: "Dios les ha preparado una ciudad".
EL CHOQUE ENTRE LO TERRENAL Y LO CELESTIAL
Recordemos aquí que, a cada etapa, una característica del Antiguo Testamento es el choque y contraste de dos mundos, de dos órdenes: lo celestial y lo terrenal. A través de todo el Antiguo Testamento tenemos este elemento del cielo, desafiando este mundo y asiendo de él a los que sacará y constituirá según su propio orden y naturaleza celestial. No se requiere un conocimiento muy profundo del Antiguo Testamento para confirmarlo; echen mentalmente un vistazo rápido a su historia y reconocerán que se está todo el tiempo en presencia de un choque, de un conflicto: es este conflicto entre cielo y tierra. El cielo no está satisfecho con este mundo, muy al contrario. El cielo está en contra de lo que hay aquí en este mundo. Pero el cielo está procurando sacar lo que pueda de este mundo, para reconstituirlo de acuerdo con sus propios principios. Así, mientras encontramos la oposición del cielo, el desafío del cielo, encontramos al mismo tiempo, desde el comienzo, como si el cielo estuviera agarrando a gentes –un linaje de individuos y una nación–, a fin de separarlos del mundo –aunque aquí, en él–, y por un profundo proceso hacer de ellos un tipo, una clase de personas para los propósitos celestiales, diferentes por completo de todas las demás.
Los hombres del Antiguo Testamento eran pioneros del camino celestial. Ya hemos visto un poco de lo que eso implica, pero es sobre ese punto particular que queremos concentrar ahora toda nuestra atención. No solamente que hay un camino celestial, el cual es diferente, eso lo sabemos, lo conocemos en nuestros corazones si hemos nacido de arriba; estamos aprendiendo, a medida que avanzamos, lo diferente que es el camino celestial de cada camino. Pero el punto central en este momento es que hay una cosa como el explorar, el abrir camino en ese camino celestial, siendo llamados a una relación con el cielo, a fin de abrir paso, tomar posesión, hacer posible que todo el propósito de Dios se comprenda, se interprete. Un ministerio para otros que seguirán. Dijimos antes, que en todo nacido de arriba hay el sentimiento de que es un pionero, porque para todos y para cada uno el camino es nuevo. Camino que sólo ellos pueden seguir; nadie puede hacerlo por ellos. Es un camino nuevo para cada uno. Es del aspecto de esta vocación que nos ocupamos ahora.
La mayoría de los hijos de Dios conocen, sin duda, muy poco del camino celestial. La cristiandad organizada se ha vuelto muy ampliamente una cosa terrenal, con normas, concepciones y recursos terrenales. Por consiguiente, se ha quedado muy limitada espiritualmente. Comparado con los cielos, este mundo es una cosa pequeñísima. Lo es igualmente en sentido espiritual. El reino de los cielos es una cosa inmensa, mucho más grande que todo lo que el hombre puede concebir. Como los cielos son más altos, superior a la tierra en extensión, así los pensamientos de Dios exceden a todas las concepciones terrenales. Es sólo cuando nos alejamos de esta tierra, que nos damos cuenta por un lado de lo miserablemente pequeños que somos, y por otro en qué terreno mucho más grande es posible moverse del que nos movemos en realidad. Quiero decir, espiritualmente. La necesidad más grande, hoy día, es que el pueblo de Dios, la Iglesia de Dios, entre en posesión de su legítima posición celestial, con su visión y vocación celestiales.
Ahora bien, hay mucho en esa afirmación, pero todo esto significa que alguien, algunas personas, tienen que abrir camino para que la Iglesia dé nuevamente marcha atrás, al terreno donde estuvo una vez al principio, al terreno que ha perdido al sucumbir en esa persistente tendencia hacia la tierra. Digo que se necesita un instrumento que abra camino, y, el camino es costoso.
Repito que los hombres del Antiguo Testamento eran pioneros del camino celestial. Es lo que explícitamente declara el escritor de esta epístola a los Hebreos, en particular en el pasaje que leímos. El cielo tiene sus bases y normas propias que la tierra no puede proporcionar. Una de las grandes palabras claves del Antiguo Testamento es "santificar". Santificar significa separar, hacer santo, consagrar, poner aparte, y por lo general esto es un asunto espiritual e interior que divide el cielo y la tierra. Dios ha dividido el cielo y la tierra, los ha separado. Esta separación debe haberla también interiormente, de manera espiritual. Así, hallamos que estos hombres del Antiguo Testamento fueron puestos aparte, en el sentido de que algo ocurrió, en el centro mismo de su ser, que los separó de este mundo y los llevó a un camino, a un modo de vivir que era del todo diferente y contrario al de este mundo. Si bajo presión, tirantez, por la decepción, inadvertidamente, consciente o de manera inconsciente tocaban esta tierra, quedaban en seguida confusos; sabían al mismo tiempo en lo íntimo de su ser, que estaban fuera del camino, y lo único que tenían que hacer, de una manera o de otra, era volver. Lo vemos una y otra vez. El cielo daba testimonio en contra de la posición de ellos; se encontraban en un apuro. Hasta que no volvían, no podían seguir adelante. Eran guiados por otra norma. Pero esa norma ¡cuán diferente y difícil era de comprender!
Consideren a Caín y Abel. Desde el punto de vista de este mundo, la manera de proceder de Caín era muy digna. Según el hombre religioso de este mundo, es difícil ver qué había de malo en Caín o cuánta más razón tenía Abel o cuánta razón tenían o equivocados estaban los dos. Pero el resultado nos enseña hasta qué punto Abel estaba en lo verdadero. Uno pasó al cielo. Éste es el hecho. Llegó a Dios y al cielo, y el otro tuvo un cielo cerrado y un Dios que lo rechazó.
Ustedes dirán: ¿Cuál es la norma? Ni más ni menos que la diferencia entre cielo y tierra; eso es todo. La base del cielo y norma de acceso son del todo diferentes a los de la tierra; hasta del mundo religioso. El hombre religioso puede tener el mismo Dios, rendir culto al mismo Dios, traer su ofrenda al mismo Dios y, sin embargo, no lograr ningún acceso al cielo, ninguno en absoluto en el camino celestial. El cielo tiene su base, norma y provisiones propias, y la tierra ni puede hallarlas ni facilitarlas. Es diferente. Esa es la verdad, que nos oponemos cuando se trata de acercarnos al cielo. No estoy hablando de una localidad geográfica sino de llegar a Dios, encontrando un camino abierto según el cielo. Podemos venir únicamente con lo que el cielo mismo ha provisto, y esto perturbará todos nuestros propios cálculos naturales. Tenemos que encontrar algo que la naturaleza no puede dar. Si resolvemos esto como Caín, según el raciocinio religioso, y venimos sobre esa base, no iremos a ninguna parte. «Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella» (He. 11:4). El cielo dio testimonio.
No me estoy ocupando de toda la naturaleza y detalle de estas cosas. Estoy indicando un hecho: que las normas y las apreciaciones del cielo son del todo diferentes. Nos van a desconcertar por entero, si procuramos, incluso de una manera religiosa, venir al cielo. Nicodemo puede ser la representación más perfecta del sistema religioso, pero no puede llegar a ninguna parte en lo que al cielo respecta. El cielo mismo provee para acceder a él y se ha de tener la provisión del cielo. Podemos hacernos mil preguntas, pero ésta es la realidad.
LOS PIONEROS SON LÍDERES
Volvamos ahora a nuestra lectura del libro de Números. Es el momento en que van a enviar a los espías. Dos hombres, Josué y Caleb, son el centro de todo el suceso. Noten ahora que los doce príncipes escogidos de cada tribu paterna –"príncipes de los hijos de Israel" (término significativo), hombres típicamente representativos–, fueron llamados para ser pioneros del camino celestial. Debían ser pioneros; ésta es la base de su rango y cargo de jefe. Usted es un líder si es un verdadero pionero, un príncipe en carácter. Pero solamente dos de ellos justificaron su llamamiento. Sólo dos de ellos fueron pioneros, lo que todos se suponía debían ser. Es así muy a menudo. Es la minoría que hace el trabajo. Los otros llevan el nombre, tienen el cargo oficial, pero no lo hacen.
UN ENLACE CON EL PASADO
Pasemos ahora algún tiempo, teniendo en cuenta lo que estos dos hombres, Josué y Caleb, representan. Para empezar, los miraremos como un enlace con el pasado. En el pacto de Dios con Abraham, ellos entendieron la intención de Dios. Miremos hacia atrás y hagamos una nueva apreciación de la significación de Abraham, según estos dos hombres lo entendieron; porque el momento en que Josué y Caleb aparecieron, era un momento muy crítico, una hora de crisis muy grande. Toda la cuestión era entonces: ¿Se va a llevar a cabo el propósito de Dios en este pueblo, o no? Eso no es un problema pequeño. Una verdadera crisis había surgido y ellos eran el factor decisivo.
Nosotros estamos hoy en una posición mucho más ventajosa. Acerca de Abraham tenemos el pleno significado por medio del Espíritu Santo. Tenemos nuestro Nuevo Testamento y todo lo que dice de Abraham. Tenemos toda la revelación a través del apóstol Pablo; no tenemos que volver al Antiguo para nuestro conocimiento. Con nuestro Nuevo Testamento en mano, podemos ver ahora todo lo que Abraham representa. En este aspecto tenemos mucho más luz.
I. UNA SIMIENTE
A) ESPIRITUAL Y CELESTIAL
En primer lugar hay la característica de una simiente espiritual y celestial. Comprendan esto: una simiente espiritual y celestial. Vemos cómo eso se refiere a Josué y a Caleb. Pero esa otra simiente de Abraham, no es espiritual y no es celestial. Se ha reducido a la tierra. En estos capítulos 13 y 14 de Números que hemos leído, ¡cuán groseras eran las reacciones de este pueblo, cuán terrenales, cuán carentes de visión espiritual, de vida y de aspiración! Se inclinaban enteramente por lo terrenal, por lo que los ojos ven, por las cosas de aquí, las dificultades, la gente, las montañas. Para ellos no había ningún camino. Para Josué y Caleb las montañas eran un camino, no un obstáculo. Había un camino celestial. Pero estos otros no veían nada de eso, eran terrenales.
Una simiente espiritual y celestial, ese es el pensamiento de Dios en Abraham que el Nuevo Testamento nos aclara.
B) EXCLUSIVA
Pero ¿cuánta más luz hemos obtenido? Que era algo exclusivo. Pablo lo dice sin rodeos en su epístola a los Gálatas: "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno" (Gá. 3:16). Era exclusivo. Veremos dentro de un momento adonde llevó esto. Pero noten que, por lo que a Abraham se refiere, esto estaba atado inseparable y exclusivamente con Sara. En aquellos tiempos le era lícito a un hombre tener más de una esposa, pero Dios guardaba esta promesa para con Sara. Bajo la influencia y la coacción, Abraham procuró esta descendencia de otra manera, por otros medios: con Agar. Pero aquí está uno de esos puntos del que hablaba un poco antes: una falla, un desliz, un error, una equivocación, bajo la prueba, la presión, la coacción, saliéndose de la línea celestial y, lamentándolo; y la historia lo ha lamentado hasta hoy. Tenía que volver a Sara. Es un asunto exclusivo. Agar no, otras no, ésta.
II.SOBRENATURAL
A) DE NACIMIENTO
Esta simiente lleva todas las marcas de lo celestial. Es de nacimiento sobrenatural, imposible según la naturaleza. Esto es Isaac. Pero Abraham estaba cerrado a eso, cerrado a una intervención del cielo. A menos que el cielo se encargara, no podía haber una existencia y aun menos una historia. Dios era muy exigente en eso. A veces Dios nos muestra cuán exigente es en lo que es justo y bueno, permitiendo que veamos la atrocidad del mal. Lo que está mal, un traspiés, un descuido, Dios no lo deja así como así. Por un mal paso nos atormentamos a veces hasta el fin de nuestras vidas. Dios mantendrá eso, para que veamos que el camino recto es un camino importante, que no es simplemente una opción. Lo celestial es el camino, y no está permitido que se opte por cualquier alternativa, como si no tuviera importancia. Descubrimos que de verdad la tiene; y así era aquí. El cielo tiene que hacerlo, o nunca se hará, porque está en el camino celestial. ¡Cuánto tenemos que aprender y estamos aprendiendo sobre ese principio! Explica mucho de lo que sucede en nuestras vidas: Dios se está ocupando de nosotros.
B) DE SOSTENIMIENTO POR EL PRINCIPIO DE MUERTE Y DE RESURRECCIÓN
No sólo era Isaac un producto celestial porque el cielo intervino mediante un milagro, sino que Dios hace hincapié en ese derecho a través de un ultimátum, al reclamar que se ofrezca Isaac como sacrificio. Isaac nació por un milagro, por la intervención del cielo, pero algo más debía hacerse todavía. Tenía que morir y resucitar de los muertos. Este extraordinario poder de Dios tenía que mostrarse ratificándolo. Lo que Pablo dice en Romanos 1: 4: "que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos" podría bien traducirse: "que fue ratificado Hijo de Dios... por la resurrección..."; y eso es Isaac: ratificado celestialmente.
En esto hay mucho de nuestra propia historia espiritual. No sólo hemos nacido de nuevo por un milagro e intervención del cielo, sino que se ha de ratificar durante todo el camino. Dios exige que se sostenga por medio de la vida de resurrección; y la vida de resurrección no tiene ningún significado a menos que conozcamos algo de la muerte. Dios nos guarda en un terreno celestial. Ese es el significado de Isaac. No solamente nos pone Dios en un terreno celestial, sino que nos guarda en ese terreno, mediante constantes expresiones de resurrección, cuando sólo la resurrección puede salvar la situación.
Después de todo, no importa lo que fue el comienzo de nuestra vida cristiana –la maravillosa experiencia de nuestra conversión, cuándo y dónde sucedió, que podemos escribir en un cuaderno–, eso puede ser bueno, pero tiene que ser ratificado continuamente por la expresión de la resurrección. Hemos de ser guardados en ese terreno y ese es el camino pionero. La manera de explorar el camino celestial es conociendo una y otra vez el significado de la muerte y su rigor, para conocer el significado de la resurrección y su grandeza. Es el camino pionero. La Iglesia ha marchado por ese camino, más de una revelación de Dios ha marchado por ese camino, más de un hijo de Dios ha marchado por ese camino, para que el camino celestial se mantenga vivo, y se pare esta podredumbre de lo terrenal que siempre está buscando socavar la vida cristiana. Sabemos que eso es cierto.
Abraham vino a conocer que su verdadera herencia estaba en el cielo. Pienso siempre que este aspecto de la vida y experiencia de Abraham, bajo la mano de Dios, es algo muy maravilloso. Cuando, a la orden de Dios, se puso primero en camino, interpretó, sin duda, esas promesas de una manera muy terrenal y limitada. Para empezar, su esperanza era indudablemente que se cumplirían y se harían realidad de este o ese modo. Pero cuanto más pasaban los años, más se daba cuenta de que no era de esta o de aquella manera, que era algo más de lo que había pensado cuando se puso en marcha, algo mucho más y muy diferente. Avanzó en ese camino, y es uno de los que están incluidos aquí en esta palabra: "Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo... Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial". Cuando Dios dijo: "... Vete de tu tierra... a la tierra que te mostraré" (Génesis 12:1), Abraham pensó primero que se trataba de algo terrenal; al final vio que no era eso. Llegó a ver, a comprender; puesto que el Señor Jesús dijo: "Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó" (Juan 8:56). "mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo". Y, así, Pablo nos recuerda aquí, en su epístola a los Calatas: "a tu simiente, la cual es Cristo". "No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo" (Gálatas 3:16). Para Abraham, Cristo era la respuesta a toda herencia.
Pero Cristo, el Cristo celestial, es la encarnación misma de todo lo que es celestial. No conocemos a Cristo según la carne. Cristo es esencialmente celestial. Vemos la naturaleza celestial de esta simiente. Podemos aplicarlo a Josué y a Caleb. ¿Qué pueblo será el que heredará, cruzará y poseerá? No esa multitud terrestre, de mentalidad terrenal. Ella perecerá en su tierra; su tierra será su prisión y su tumba. Será reemplazada por otra generación con una constitución diferente, representada por Josué y Caleb, los primeros de una nueva generación, la cual poseerá. Ellos eran los pioneros del camino celestial y de la plenitud celestial. Pero ¡cuán profundamente tuvieron que sufrir por ello! "...toda la multitud habló de apedrearlos " (Números 14:10). El abrir camino es siempre un camino de sufrimiento y de esfuerzo, incluso entre los que se llaman del pueblo de Dios.
Bueno, el pionero del camino celestial será siempre así: de simiente celestial y ratificado constantemente como celestial, por la necesidad de intervenciones repetidas del cielo para sacar, liberar, mantener en vida. Es cierto de la vida espiritual. Muy poco habríamos continuado, nos habríamos parado; habría sido una y otra vez el fin para nosotros, si el cielo no hubiese intervenido, si Dios no hubiese ratificado el hecho que pertenecemos al cielo. Y Él lo está haciendo.
Todo esto lo vemos muy claramente cumplido en Cristo, la Simiente Celestial. Para Su nacimiento el cielo intervino; fue un milagro. En su bautismo el cielo intervino de nuevo y ratificó: "Éste es mi Hijo amado". Su cruz no parece mucho una intervención del cielo, pero esperen un momento. No olviden que el Nuevo Testamento nunca habla de la cruz de Cristo únicamente del lado de la muerte. En el Nuevo Testamento la cruz tiene dos lados: muerte y resurrección, "a éste,... prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándolo, y Dios lo levantó...” (Hechos 2:23-24). El mundo se descargó contra Él, hizo todo lo que pudo hasta agotarse. Los poderes del mal se descargaron también contra Él hasta agotarse. ¿Qué más se podía hacer? ¡Ah! entonces interviene el cielo y los despoja a todos, resucitándolo y ratificando que Él pertenece al cielo y no a este mundo. Él no es la propiedad, el juguete de este mundo ni de los poderes del mal que gobiernan este mundo; Él pertenece al cielo y el cielo interviene. No solamente lo resucita sino que lo saca, lo lleva arriba y lo pone sobre todo.
Su historia espiritual es la historia espiritual del pionero del camino celestial. Él es el Pionero, "...dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor" (Hebreos 6:19-20), dice esta epístola a los Hebreos.
UN ENLACE ENTRE EL FRACASO Y LA REALIZACIÓN
Algo más para concluir esta presente fase sobre Josué y Caleb con relación a Abraham. Ellos, como Abraham y todos los pioneros, eran un enlace entre el fracaso y la realización del pensamiento de Dios. Miren la situación del mundo en el tiempo en que "el Dios de gloria apareció a nuestro padre Abraham " en Ur de los Caldeos, y busquemos lo que es del cielo. ¿Dónde se halla? ¿Dónde está todo el pensamiento de Dios por algo celestial? Parece una vez más que haya desaparecido. Parece que no hay ningún testimonio de este pensamiento celestial de Dios, o sea, un pueblo celestial, un testimonio celestial, algo que represente y exprese el pensamiento del cielo. ¿Dónde está? "El Dios de Gloria apareció a nuestro padre Abraham" (Hechos 6:2), y él llega a ser el enlace entre el fracaso y la realización. Josué y Caleb entendieron eso.
Aquí está el fracaso del pueblo en el desierto. Pues para ellos ¿dónde está lo celestial? ¿Dónde está el pensamiento de Dios? Parece que casi ha desaparecido. Con todo, Dios no ha renunciado a ello. Ha sido así una y otra vez. Pero el cielo interviene y asegura un enlace entre el fracaso y el triunfo del cielo. Este enlace es el pionero. El Señor ha de tener un instrumento como ése, a fin de restablecer la situación y abrir de nuevo el camino celestial para la realización de Su pensamiento.
Se estarán ustedes preguntando y diciendo probablemente: "Por supuesto son ideas maravillosas, está muy claro que es verdad en la Biblia, pero ¿qué tiene esto que ver conmigo?" Pues justamente sí. Es muy necesario hoy día que el cristiano se recupere para todo el pensamiento celestial de Dios. Los cristianos se han acomodado a algo menos, se han involucrado en algo menos y muy diferente. Ha sido de continuo así. Casi todo el Nuevo Testamento fue escrito a causa de esto. El pueblo de Dios está siempre en peligro al menos de hacer eso. Tienden espiritualmente a ir hacia este mundo, y de un modo u otro pierden su testimonio celestial. La presión está siempre ahí para llevar hacia abajo. Pero el Señor necesita vidas que han visto, que han llegado a ser como esos de los que hemos estado pensando en nuestra última meditación, para los que el centro de gravedad de la vida se ha transferido de este mundo al cielo. En los que hay este sentido, tanto si pueden interpretarlo como si no, que lo expongan en un sistema de verdad, de doctrina, de enseñanza bíblica o no, hay en ellos el sentido de que están en camino de un gran destino –por encima de lo que este mundo puede dar, que han sido agarrados por algo que los mantiene firmes y que ellos sólo pueden decir: es el llamamiento celestial. Después les hablaré más sobre esto.
El Señor necesita un pueblo así, que no se satisfaga simplemente con las cosas como están. Esto no es de ninguna manera asunto de la mente o de la razón. Está dentro de ellos; saben que Dios ha hecho algo. Por eso están comprometidos con algo mucho mayor que los pobres límites de esta vida y de este mundo. Se han unido en lo interior con algo muy grande. De nuevo digo que posiblemente no puedan predicarlo, pero lo saben. Nuestra utilidad para Dios no excederá nunca a lo que en realidad hemos visto de Dios, que está en nosotros. No sobrepasará lo que sinceramente hemos alcanzado. La medida de nuestra visión determinará la medida de nuestra utilidad. ¡Oh la inconmensurable medida del cielo en el corazón de un pueblo! Esta es la necesidad de hoy.
Permítanme concluir diciendo otra vez que, aunque ése es el llamamiento celestial del cual el apóstol tanto habla, sin embargo, es el camino más difícil; está lleno de todo tipo de dificultad. Pero es lo real, lo verdadero y lo último, pues el cielo es una naturaleza, un poder, una vida, un orden, que está destinado a llenar este mundo y este universo.
Preservando los deseos de T. Austin-Sparks con respecto a que se debe entregar libremente lo que libremente se ha recibido, estos escritos no tienen derechos de autor. Por lo tanto, estás en libertad de utilizar estos escritos según seas conducido a hacerlo. Sin embargo, si eliges compartir los escritos de este sito con otros, te pedimos que, por favor, los ofrezcas libremente: Sin costo alguno, sin pedir nada a cambio y enteramente libres de derechos de autor y con esta declaración incluida.