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Pioneros del Camino Celestial

por T. Austin-Sparks

Capítulo 6 - El Camino a la Finalidad de Dios

No vamos a leer por ahora, pero a lo largo de nuestra meditación tendremos como referencia el libro de Josué.

LA FINALIDAD DEL CAMINO

Antes de considerar el camino hasta el fin, es necesario que mostremos la finalidad del camino. Hemos comenzado, observando que Dios empezó con los cielos, prosiguió con la tierra y que, al final de la Biblia, lo que desciende del cielo es la consumación de todo el proceso de Sus actividades a través de las edades. La finalidad es, pues, una expresión cabal de lo que es celestial o una expresión de lo que es la plenitud celestial. Dijimos para empezar que los cielos lo gobiernan todo. Lo mismo que en la naturaleza, así es en las cosas del Espíritu. Todo está gobernado por los cielos. La tierra y todo lo terrenal tienen que tenerlo en cuenta y responder a lo celestial.

Recíbanlo como una verdad espiritual. Lo que es verdad en el reino de la creación natural, no es más que una expresión de la mente espiritual de Dios. Significa que, al igual que esta tierra o este mundo está gobernado y controlado por las fuerzas y los cuerpos celestiales, de modo que si se desviase del ajuste ordenado o de la relación con esos cuerpos, se desintegraría, cesaría, se helaría o abrasaría, dejaría de funcionar como un todo orgánico, es lo mismo espiritualmente. La Biblia entera concuerda con este hecho, que lo que está aquí se relaciona con lo que está en el cielo. Todo viene del cielo, todo ha de responder al cielo y todo en nuestras vidas ha de ajustarse al cielo, porque el Espíritu Santo, habiendo bajado del cielo, es el vínculo que nos une a lo que está en el cielo.

No son sólo ideas abstractas. Son los factores que están exactamente detrás de todo lo que tenemos de la revelación divina en las Escrituras. Toda la Biblia, del primer versículo al último, puede resumirse en esto: que el cielo está desafiando esta tierra, y esta tierra tiene que dar una respuesta al cielo. De ello hay incontables detalles encubiertos, pero es un hecho. De modo que la finalidad de todas las cosas será precisamente que el cielo tomará realidad por entero, en la creación, y, sobre todo, de una manera espiritual, en el pueblo de Dios. Ésta es la finalidad que hacemos ver en seguida.

Ahora, respecto a esta finalidad, debemos notar otra verdad que gobierna. Pero permítanme primero decir algo entre paréntesis. Algunas de estas frases son muy familiares y temo siempre que esta familiaridad con la fraseología, les quite valor. Cuando usamos esta frase: «una verdad que gobierna», detengámonos para captar todo su significado. Significa que si estamos bajo el gobierno de una ley, no podemos evitarla. Hay leyes de la naturaleza que actúan en nuestros cuerpos y en este mundo. Están ahí, y no es porque no hagamos caso de ellas que las haremos inoperantes. Hallaremos que a la larga, nos alcanzarán.

Pero ajustémonos a ellas y significarán nuestra salvación, nuestra vida. Nos guste o no, están «gobernando». Así: "todo lo que el hombre sembrare, eso también segará" (Gálatas 6:7), es una ley de la que no podemos escapar. Hay muchas leyes como ésta. Por tanto, cuando hablamos de una ley o verdad "que gobierna", se trata de una cosa establecida por Dios en Su universo. Es mejor descubrirla y obedecerla.

DIOS ELIGE SOBERANAMENTE LAS VASIJAS

Vengamos, pues, a esta otra verdad que gobierna, con relación a la finalidad de Dios. Dios escoge vasijas individuales y colectivas o corporativas, las lleva soberanamente de un modo peculiar a una relación con todo Su objetivo y, de lo que hace en ellas, se sirve para muchos más. Él elige soberanamente las vasijas, sean individuales o corporativas (la Biblia abunda en ejemplos), y entonces se pone a trabajar con esas vasijas para hacer algo de una manera extraordinaria, mucho más amplia, a fin de que mediante lo que Él está haciendo en esas vasijas elegidas, pueda alcanzar además, muchas otras. Ésta es una verdad que gobierna. Lo que Él hace en una vasija elegida, sirve para muchas otras más.

VALORES REPRESENTATIVOS

Parémonos en esto por un momento, porque nuestra mentalidad necesita siempre ayuda. Pudiera ser que al leer estas líneas, se digan: "Bueno, no puedo ver que sea una vasija elegida de esa específica manera". Usted está pensando en los hombres de los que nos hemos estado ocupando como los pioneros de este camino celestial: Abraham, Moisés, etc., y se dice: «Yo no soy un Moisés ni un Abraham; no veo de ninguna manera que entre en esa categoría».

Bien, puede que haya individuos entre ustedes –como se dice–, fuera del montón, elegidos de Dios para algo de esta naturaleza. Eso es posible. Pero existe este otro lado, y es que usted puede ser una parte de una vasija colectiva o corporativa; sólo una parte de ella. Si lo es, y lo más probable es que lo sea, pienso que iría hasta decir: "y lo es". Si el Señor ha puesto Su mano en usted y le ha dado este sentido de destino, de que es llamado a algo más que a "ser un cristiano" simplemente, si le ha dado el sentimiento profundo de un llamamiento, si eso está en usted, puede entender que está relacionado con un propósito más grande. Si eso es verdad, no debe considerarse solamente como un individuo y, por consiguiente, mirar sus experiencias y las relaciones de Dios con usted, como si fuese la única persona, como si fuese usted algo muy especial.

Permítanme decirlo de otra manera. Es posible que esté pasando por lo que Dios está haciendo con una vasija colectiva y que no vea ningún significado en lo que concierne a su propia vida. "¿Por qué paso por eso?", se preguntará. La respuesta es: porque es usted una parte de un conjunto más grande. ¡Tantas veces hallamos esa gran presión en nosotros, personalmente! Cuando nos ponemos a cambiar impresiones, nos enteramos de que otros creyentes, relacionados espiritualmente con nosotros, están teniendo la misma experiencia. Es la gran ley del cuerpo. "De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él" (1 Corintios 12:26). ¿De qué se trata?

Bueno, ve usted, es colectivo, es corporativo. Aunque no podemos saberlo todo ni seguirlo para ver cómo se está resolviendo, Dios actúa de manera corporativa y somos una parte de ello. Estamos llevando el peso de algo mucho más grande que nosotros. Esa relación espiritual está implicándonos en este propósito más extenso de Dios, que tiene que ver con lo celestial, lo cual es mucho más importante que esta tierra. Es eso que hace de nosotros una unidad. No es que nos unamos a un cierto grupo, que tengamos nuestro nombre en la lista de miembros o que se haga algo para reconocernos públicamente como miembros. No es eso. Se puede estar a muchos kilómetros, a centenares o miles de kilómetros y, sin embargo, sentir las repercusiones porque estamos vinculados con esta cosa celestial que Dios está haciendo. Cuando introducimos el cielo, todas estas cosas terrenales: geografía, distancia y tiempo desaparecen; allí no existen.

¡Oh que tuviésemos el concepto celestial de la Iglesia! ¡Qué necios son nuestros conceptos terrenales de la Iglesia! Debemos salir de esta tierra y de todo lo que está aquí en cuanto a lo que llamamos la Iglesia. Descubrimos entonces que en el cielo es sólo una unidad. Todo eso no existe allá. Es en lo que estábamos en nuestro último capítulo, cuando hablábamos sobre el paso del Jordán. En ese Jordán algo fue dejado atrás. El pueblo se fue de la base terrenal a la celestial. Volveremos a eso después. Pero ha de ser una realidad espiritual, un conocimiento en el que empezamos a entrar. Mientras nosotros mismos no podemos explicar ni comprender por qué puede ser que lo pasemos mal, la explicación celestial es que estamos envueltos en algo relacionado con el propósito más completo de Dios, y estamos sufriendo o pasando por esta experiencia, de manera corporativa. Es muy maravilloso, cuando al encontrarnos con otros creyentes –con quienes tenemos comunión espiritual–, comprobamos que han estado pasando exactamente por lo mismo que nosotros. El Señor les ha estado diciendo algo y haciendo con ellos algo que no es corriente o habitual, sino bastante extraordinario.

VALORES INTRÍNSECOS

Ahora bien, todo eso está en conexión con el hecho, mencionado antes, de que Dios elige vasijas individuales o colectivas, y lo que hace en ellas sirve para un número de personas mucho más grande. Esas vasijas, sean individuales o sean colectivas, son representativas de lo que Dios busca en una escala y en una esfera mayor; pero comienza en ellas. Pienso que es lo que Pablo expresa cuando dijo: "en mí el primero ...para ejemplo" (I Timoteo 1:16). Pienso que quiso decir que él era representativo de lo que Dios iba a hacer a través de él. Todo lo que el Señor iba a hacer por medio de él, en un terreno más vasto, en las iglesias, en las provincias y en las naciones era representativo, era en señal. Dios iba a operar en más amplia escala a través de ese hombre, no dándole algo que decir, sino haciendo algo en él.

En eso nos hemos equivocado. En primer lugar, Dios hace una cosa. Él realiza una representación viva de Su más completo pensamiento, por medio de relaciones peculiares y excepcionales con una vasija. Hay muy poco que sea corriente en la vida y la experiencia de esa vasija. Todo es extraordinario. Esas vasijas representativas, sean individuales o colectivas, son elegidas para que en ellas se establezcan los valores intrínsecos, esenciales, destinados a una esfera y a un campo más grandes; algo que pueda extenderse, que vaya mucho más allá de ellas mismas, que sea capaz de más agrandamiento y expansión.

En química se habla de "tintura madre". Es decir, una tintura que se puede extender y repartir al diluirla. Las diluciones obtenidas son de la misma esencia, de la esencia concentrada. Pero llevar a cabo en alguna vasija lo que producirá valores intrínsecos, la esencia concentrada, es un trabajo inmenso. Nada es ordinario en ese terreno. Algunos de ustedes puede que lo comprendan por experiencia. La manera como Dios se ocupa de usted no es corriente, de ningún modo. A veces sentirá que la concentración en su experiencia es demasiado concentrada. Usted se pregunta cómo, sometido a ese trato del Señor, conseguirá pasarlo todo.

Me estoy ajustando a la Biblia. No se imaginen que estoy hablando fuera de ella. Me apoyo en lo que la palabra de Dios revela. Ésa es la experiencia, no ordinaria, de Abraham: una concentración de la obra de Dios en ese hombre. Piensen en la inmensa multitud que de eso ha sacado los valores. Más de una vez Abraham llegaba a donde no podía soportarlo, al punto de ruptura. Dios tenía entonces que intervenir para abrirle paso. Nadie ha tenido nunca que ver con alguna cosa, que más ponga a prueba, como el valor intrínseco de lo celestial.

En nuestra naturaleza somos, en todos los aspectos, totalmente terrenales y terrosos. Tenemos que ver y sentir lo que es tierra. Hemos de tener todas las evidencias. ¡Hemos de tener tanto de lo terrenal! Pero Dios nos lleva al instante fuera de la tierra; quiero decir de un modo espiritual, y, por así decirlo, nos cuelga en medio del aire. Es una clase de existencia muy precaria, difícil en extremo.

Usted no sabe dónde está, no puede explicarlo, no puede pisar el acelerador sin parar ni tener alguna seguridad. Dios está perturbando todos sus cálculos e interpretaciones, y haciendo absolutamente necesario que tenga otra clase de sabiduría y de comprensión que no pertenecen a esta tierra, a este mundo o al hombre. Es celestial. Ésta es la experiencia de esos pioneros del camino celestial. Óiganlos llorar por su terrenidad, a veces incluso quejarse al Señor. Escuchen a Jeremías: no entendía nada. Era lo intensivo, los valores intrínsecos que Dios buscaba.

MINISTERIO ESPONTÁNEO

Está luego, además, el ministerio espontáneo. Subrayo la palabra «espontáneo»; no el ministerio organizado, sino el ministerio espontáneo. Cuando es así, tenemos solamente que ser para que se produzca. ¿Lo entienden? Tenemos tan sólo que ser como eso para que se manifieste. No podremos más callarlo o encerrarlo, no podremos impedirlo, como no podemos impedir que brille el sol.

Notarán que es lo que el Señor buscaba al principio de Su ministerio. En primer lugar, Él tomó un grupo de hombres, individuales, y los hizo pasar por esa disciplina. No fue todo tan simple como se lee. Podemos leer los Evangelios que cubren la historia de tres años de compañerismo, entre esos discípulos y el Señor, y leer el relato de esos últimos días en la tierra, y después la cruz. Bien, es una historia extraordinaria en sí misma; pero no se ha consignado todo lo que ocurrió dentro de esos hombres, porque no era posible. Incluso durante esos tres años, me atrevo a decir que estaban una y otra vez que no podían más. No sabían dónde estaban, lo que eso significaba y a qué los llevaba. Intentaban todo el tiempo traer las cosas dentro de los límites de sus propias ideas, de su propia mentalidad, para interpretarlas a la luz de la profecía, y así sucesivamente, bajándolas de acuerdo con la normalidad. Pero Él los dejaba perplejos todo el tiempo. Era un continuo enigma. No podían comprender a ese Hombre. Nunca hacía las cosas de manera usual ni siquiera según Moisés, y se decían: «Lo está trastornando todo. ¿Qué está haciendo? ¿Qué quiere decir?»

Y después la cruz. No podemos leer cuan grande fue la perplejidad de esos hombres e intensa la angustia de su alma, en aquellos días. Se puede comprender solamente por nuestra propia experiencia, cuando el Señor empieza a hacer así, que no entendemos nada, y contradiciendo todas nuestras esperanzas, pareciendo ir enteramente en sentido contrario a lo que pensábamos tener derecho de esperar de Él. Pero Él no hace lo que esperamos. Su manera de tratarnos, nos pone a veces entre la espada y la pared. Los hombres que Él escogió pasaron por una experiencia muy profunda.

Entonces, por medio de esos hombres, Él tuvo las iglesias, grupos de creyentes, y así se empezó. Hay una clase peculiar de disciplina y de formación que pertenecen a la vida corporativa. Es cuando usted deja de ser simplemente una unidad separada, como cristiano, y tiene que vivir una vida relacionada, que entra en relación con otros creyentes para vivir esta vida corporativa, una vida celestial en la tierra. El Nuevo Testamento enseña que eso es todo menos una cosa fácil. Se puede pensar, mirándolo objetivamente, que es algo muy bello estar en una asamblea; pero no siempre es así. Puede que algo esté pasando allí. Dios los está tratando de forma, a veces tan profunda y extraordinaria que no se sabe lo que Él quiere decir. Todos lo están experimentando. Es un camino difícil de entender, un camino de sufrimiento. Sufrimos juntos como asamblea. Es un sufrimiento corporativo, un trabajo corporativo. Así que estas iglesias nacieron y pasaron por eso. Fueron enseñados también; pero en todo lo que les ocurría en el camino de la instrucción y la enseñanza, había siempre la disciplina correspondiente del Espíritu Santo. El Espíritu Santo los tenía en Su mano y los trataba enérgicamente. La obra se estaba haciendo.

Les daré un ejemplo. Miren lo sucedido en Corinto. ¿Qué era lo que Pablo les decía? «Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen» (1 Corintios 11:30). Hay aquí una historia espiritual secreta. El Espíritu Santo se había apoderado de la situación. Podrían haber opinado de manera natural: «Alguien está enfermo, envíen a buscar el médico». Pero espere un momento. ¿No puede haber algún factor espiritual que esté vinculado con esa enfermedad? ¿No puede tener algo que ver con esto el Espíritu Santo? Pablo dice: ¡Sí! No significa que todos los que están enfermos son delincuentes espirituales, pero el principio está ahí. La Iglesia está siendo tratada por el Espíritu Santo respecto al propósito más completo de Dios.

La cosa está bastante clara. Dios escoge primero individuos y después grupos de hombres y mujeres. Se ocupa de ellos de esta manera, para que tengan un ministerio espontáneo. No un ministerio porque dan un mensaje o dicen una verdad, sino debido a lo que Dios ha hecho en ellos. Se produce sencillamente, eso es todo. De algún modo u otro, ocurre sin que podamos explicarlo. El Santo Espíritu ha tenido en cuenta algo y lo está utilizando. Está viendo que lo que Él ha hecho allí se extiende, se alarga. Se manifiesta. Pablo dijo de la iglesia en Tesalónica: «Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada» (1 Tesalonicenses 1:8).

¿Piensan ustedes que eso significa necesariamente que ellos mandaron evangelistas? Puede que lo hicieran, pero no es lo que leemos. Miren el contexto y verán lo que Pablo dice: 'En todo lugar, en otras iglesias, hablan de vosotros, de modo que no necesito hablar nada: se sabe'. Era un ministerio espontáneo de lo que Dios hacía. Dios se ocupaba de ellos para obtener esos valores intrínsecos, y no los iba a desaprovechar.

Así, la finalidad que Dios tiene a la vista, está gobernando todas sus relaciones con Sus instrumentos. La plenitud celestial es Su finalidad. Es lo que motiva todas Sus relaciones con los instrumentos que Él ha escogido, en lo que se refiere a esa finalidad. Él los está llevando a la plenitud celestial.

Tenemos que darnos cuenta de que nada con Dios es un fin en sí mismo. La conversión en sí no es un fin. Es una enorme tragedia conceptuarla de esa manera, pararse ahí, y sentirse muy satisfecho. Quédese en la conversión y vea lo que pasa con usted o con cualquier otro. ¿Qué pasa? Todo el sentido del propósito se extingue; toda esa vitalidad de la conversión se calma y usted tiene simplemente un grupo de gente convertida. Se han convertido, han creído en el Señor Jesús. Pero no son más que un grupo de gente convertida y, el problema más grande, hoy día, es probablemente: muchas personas convertidas en esta tierra. Se han parado; su conversión ha llegado a ser un fin en sí misma.

La vida de asamblea no es un fin en sí. Reúnan un grupo de creyentes corporativamente y déjenles poner su propia barrera alrededor, ser algo a sí mismos y pasarlo bien solos. Lo mismo ocurrirá e igualmente en cuanto a la obra del Señor. Si la obra del Señor es en sí una finalidad, de modo que llega a ser la cosa excelente, es de nuevo una tragedia. En cierto modo tomamos posesión de la obra del Señor; tal vez de la obra misionera como llamamos o de cualquier otra clase de obra específica, y entonces eso específico se cierra en sí mismo por completo. Esa esfera se obtura o ese trabajo se acaba y usted tiene que volver a empezar, y lo habrá perdido todo. La obra era algo en sí.

Volvamos a eso. Si el Señor ha hecho en usted, en mí o en un grupo algo de esa índole, con esa esencia concentrada de lo celestial, nada es un fin en sí. La esfera puede cambiar, la forma variar, pero eso está ahí. Dios tiene lo que Él quiere y encontrará un camino para ello, si en verdad es celestial. Interrumpimos nuestro ministerio y nuestra propia utilidad, cuando lo bajamos a la tierra. Hágalo su ministerio, mi ministerio y lo habrá reducido del todo a la tierra. No adelantará, no logrará la finalidad de Dios.

¡Oh el querer poseer las cosas en el terreno de Dios y hacerlas nuestras! Quiero decir aquí que, si usted tiene un mandato de Dios, si tiene la unción del cielo, si Dios le ha dado un ministerio y no lo está usted sujetando como suyo ni considerando la realización como suya, se llevará a cabo, y ni tierra ni infierno podrán detenerlo. El cielo se ocupará de ello. Pero debe mantenerse con relación al cielo. La unción es del cielo. Todo lo que la unción significa tiene que estar con relación al cielo y el cielo se encargará de ello. Metan a Pablo en la cárcel y su ministerio se realizará. Está relacionado con el cielo, "el cielo gobierna" (Daniel 4:26). Pero si en alguna parte lo hemos bajado a la tierra, entonces el cielo no va a patrocinarlo. Hay mucho que decir sobre eso.

Ahora bien, ya que la finalidad de Dios es la plenitud espiritual y celestial, y de que es por el camino del ensanchamiento progresivo, deberíamos estar muy interesados acerca de lo que ese camino es. Realmente debería interesarnos lo que es el camino celestial, lo que es el camino celestial al propósito de Dios. "Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron" (Romanos 15:4a), y este libro de Josué está entre las cosas escritas antes para nuestra enseñanza. Nos da muchísima luz en esta cuestión del camino celestial. Pero el camino celestial es muy contrario al terrenal. No sé lo que ustedes están esperando pasar o experimentar cuando decimos que la finalidad de Dios es la plenitud espiritual, y que es algo en lo que Dios está trabajando. ¿Qué esperan que va a pasar? Pienso que la primera parte de este libro contiene bastante luz sobre eso.

EL ESPÍRITU SERVIDOR

Miremos ahora a Josué. Recuerden que Josué es representativo aquí –en el pensamiento de Dios–, de todos los santos y de todos los servidores de Dios. Lo que Dios hizo en Josué es lo que iba a hacer en todos aquellos para los que había de servir. Dios lo hizo en él, con relación a una compañía más grande. Bueno ¿cómo empieza eso? El libro de Josué empieza así: "Aconteció después de la muerte de Moisés siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés". Con todo lo que está a la vista en este libro, cabe pensar que tuviera mejor comienzo que este: Moisés el siervo de Jehová y Josué tan sólo el servidor de Moisés. No es presentado con algún título oficial como: "servidor de Jehová". No es introducido de ninguna manera sobre ese terreno oficial. Es sólo un servidor. La misma palabra se usa para Juan Marcos: "...Tenían también a Juan de ayudante" (Hechos 13:5). ¿Qué es un servidor? Si hay una cosa acerca de un servidor, es ciertamente que conoce esa clase de sujeción que le hace posible ejecutar lo que le mandan. Es así que el poderoso Josué ha de ser y es como él empieza.

Sabemos la importancia de Elíseo. ¡Qué extraordinario lugar vino a tener con la doble porción del espíritu de Elías! Obras mayores que Elías hizo. Recuerden lo que se dice de él: "...aquí está Elíseo hijo de Safat, que servía a Elías» ( 2 Reyes 3:11b). Era el servidor de Elías. Es así como él comenzó.

En el libro de Josué capítulo diez, cuando Josué ordena: "Sol detente en Gabaón", se nos dice: "Y no hubo día como aquel, ni antes ni después de él, habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre” (v. 14). Este hombre tocaba las cosas celestiales. Es enorme. ¿Dónde empezó? Sirviendo a Moisés. Había aprendido a someterse para hacer lo que le mandaran: ejecutar cosas triviales, ser obediente, ocupar un puesto humilde. No piensen que era fácil para Josué. Josué tenía un alma como los demás. En cierta ocasión, cuando otros profetizaban en el campamento, fue a Moisés y le dijo: "Señor mío Moisés, impídelos. Y Moisés le respondió: ¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta... » (Números 11: 26-30). Josué tenía un alma; Josué podía defender sus propias ideas. Era entonces un joven. Pero al fin sale a comenzar la gran obra de su vida. Ahora él aparece en el real propósito del soberano llamamiento de Dios. El relato empieza: "...Moisés siervo de Jehová...Josué hijo de Nun, servidor de Moisés". ¿No es esto un principio? Hay algo en eso. Debemos siempre recordar que el Espíritu Santo escribió la Biblia y el Espíritu Santo es consecuente con los principios espirituales. No importa de qué modo se hallan; no importa cuándo, dónde ni cómo; el principio sigue siendo exactamente igual.

Los levitas comenzaban el ministerio a la edad de 25 años, pero no se les permitía asumir la entera responsabilidad hasta los treinta. Durante cinco años eran suplentes de los levitas de pleno derecho. Este principio del servidor se mantiene a través de toda la Escritura. Un período o fase de prueba precede siempre la aprobación total. La intención particular de ese período es inculcar la capacidad de obedecer, de recibir órdenes, de someterse, de servir. Mientras no aprendamos a servir, la plenitud quedará detenida. No debemos presumir de que somos algo. Lo que podamos ser ha de proceder con naturalidad de lo que en nosotros se ha hecho. Si Dios le llama a servirle, no espere que haya de inmediato e inevitablemente alguna gran demostración de Su poder y plenitud. Josué fue el servidor de Moisés, mucho antes de sucederle y antes de que el espíritu de Moisés se manifestara en él. Dios excava profundamente, pues a Él no le agrada la superficialidad. La medida de nuestra utilidad, respecto a Su pleno propósito, será la medida de la disciplina adquirida en la prueba. No seremos dirigentes espirituales hasta que, como fieles servidores, hayamos aprendido la mansedumbre.

Recuerden, pues, que la sucesión nunca es oficial en las cosas del cielo. Nunca es por selección humana. Las personas a quienes la sucesión les concierne nunca se la arrogan. Usted no puede aspirar a ser el sucesor de lo que Dios ha estado haciendo. No puede pretender entrar en la sucesión o tener algún derecho en ella; y de cierto nadie puede ponerle allí. Si es celestial, la sucesión es soberana y espiritual. No se sabe nunca cómo la soberanía divina va a obrar, pero puede estar completamente seguro de que el propósito divino actuará al contrario de sus ideas, de lo que usted esperaba.

GRACIA SOBERANA

El acto siguiente fue el envío de los espías. Josué mandó espías. ¿Cuál fue el resultado? 'Toda la tierra está delante de vosotros: os la he dado'. (cfr. Josué 2: 9 y 24). "Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel" (Josué 3:7). Hay una inmensa plenitud en perspectiva. Entonces, algo muy honroso debe haber a buen seguro. Pues no. Rahab, una ramera, es la llave de toda la situación: una mujer sin reputación o de mala fama, que no tiene ninguna posición social en el mundo. Sin embargo, todo está ligado estrechamente a ella. Eso es soberanía y eso es gracia; y sin ellas no entraremos en el terreno de la plenitud celestial. El futuro gran Josué descubre que todo depende de una mujer de mala fama.

Dios tiene maneras extrañas de humillamos. Cuántas veces buscamos algo maravilloso, grande, glorioso y noble, algo de reputación, respecto a las cosas grandes de Dios. Entonces, Dios nos hace bajar, nos lleva a tener que aceptar lo que no es reconocido ni admitido. Nos pone en una situación en la que, si queremos encomio, no nos encomiarán.

Si queremos algo como una influencia que nos permita entrar en el campo de la utilidad, pues bien, no se obtendrá. De ese modo, no hay posibilidad de progresar en ninguna parte, en este mundo. Miren qué influencia podía tener esa mujer en Jericó. ¿Piensan que su palabra hubiera influido en algo, hubiera tenido alguna autoridad? No, nada. No había introducción de los altos círculos sociales. Si esta situación no es del cielo, entonces todo está en contra. No estamos obteniendo ayuda; más bien estamos fuera de la corte. Si no es del cielo, no tenemos camino ni terreno aquí. En este asunto, Josué no tiene personas de influencia en la corte. Todo es del cielo, es soberano o no lo es de ninguna manera.

Y es por gracia, pues Rahab está en la genealogía de Jesucristo. ¡Maravilloso! Cuando leemos en el Nuevo Testamento esa genealogía, vemos: ¡Rahab! ¡Oh gracia soberana! ¿Qué podía recomendar a Rahab? ¿Qué podía ponerla en el registro inspirado, en la Escritura Santa, en el linaje de Jesucristo? Nada más que la gracia. Eso es del cielo. Es así todo. Si ha de haber algo de verdadero valor, lo será por la gracia soberana y nada más. Ninguna recomendación. Estamos fuera de la corte. No tenemos nada para apoyar nuestra demanda, nada por naturaleza para avanzar. Es al nivel de Rahab; bien bajo. Piensen en un gran Josué, tener que llegar a eso. Pero es el principio, todo el tiempo, a través de la palabra de Dios.

¡Oh que pudiera mostrarles cómo, una y otra vez, es eso! Dirán ustedes: ¿Por qué parece que Dios hiciere todo por perjudicar Sus propios intereses, el éxito de Sus propósitos, haciéndolo realmente difícil? Podría haber escogido una persona respetable, por lo menos, aunque no fuese importante o eminente. Pero toma a una persona de mala reputación. Hace un rodeo para mantener este asunto conforme con el principio. Esa mujer es la llave de Jericó y Jericó es la llave del país. Ésa es la clase de llave que Él usa.

EL HOMBRE NATURAL EXCLUIDO

Después de pasar el Jordán, Josué ordena que doce hombres, representando cada tribu de Israel, tomen doce piedras, las pongan en el cauce del Jordán y las dejen allí. A los ojos de Dios, todo Israel ha quedado en el fondo del Jordán. Cada hombre está exactamente allí abajo, y dejado allí. Algo ha quedado atrás en el Jordán. Lo que atraviesa y llega a la otra orilla, es un testimonio al hecho que algo ha quedado atrás, porque Gilgal sigue inmediatamente. Algo ha quedado atrás. No lo podemos traer aquí, ha de quedar en el Jordán. No tiene ningún lugar aquí, en el cielo. Este hombre natural, esta idea corintia del hombre, está en el fondo. Dios lo ha dejado allá. Las aguas lo cubren y corren por encima. Está por debajo, sepultado para siempre. "...han estado allí hasta hoy" (Josué 4:9). Es el camino del ensanchamiento espiritual.

Pero Dios ha de conseguir que nos demos perfecta cuenta de ello, y me parece que Gilgal fue la aplicación práctica, del principio implícito en las piedras dejadas en el lecho del río. Esas piedras representaban la unión del pueblo de Dios con Cristo en la muerte y la sepultura. El hombre natural, tan evidente en el desierto, es eliminado, puesto fuera de la vista. Gilgal toma posesión de esta verdad y la aplica perpetuamente. Colosenses 2:11,12, lo confirma: "En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos".

Tenemos que experimentar en nuestras almas –nuestra carne–, la obra severa de la cruz: la muerte de Cristo. Podemos creer toda la doctrina de Romanos 6 y, sin embargo, puede que haya en nosotros una gran contradicción. El cielo no se comprometerá con la carne o la vida natural. Si estamos ocupados en nosotros mismos, hablando de nosotros, de nuestra obra, de que estamos siendo utilizados, y así sucesivamente, no estamos en todos los valores de un cielo abierto. Es muy fácil resbalar del todo inconscientemente, no dando la gloria a Dios, glorificando un trabajo o gloriándonos en la obra misma. Cuando esto ocurre, la atmósfera cambia y las personas espiritualmente sensibles saben que algo ha pasado: una nube ha descendido. El cielo es tan transparente que ningún vapor de la tierra puede subir a ensombrecerlo. La plenitud celestial exige la transparencia en nuestro espíritu.

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