por T. Austin-Sparks
Capítulo 3 - La Naturaleza del Servicio y las Señales que Distinguen al Siervo
"Mas el fin de todas las cosas se acerca" (1 Pedro 4:7)
“Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel. Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él. Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:25-35).
Pienso que no es necesario insistir en el hecho de que no sólo a causa del momento, sino también por las evoluciones del mundo, las palabras arriba mencionadas de la epístola de Pedro, están, con toda evidencia, mucho más cerca de su cumplimiento que cuando se escribieron. Tenemos tan sólo que considerar algunas posibilidades reales, presentes, que pudieran producirse cualquier día, y resultar en el cumplimiento muy pleno del fin de todas las cosas. En una palabra, no cabe duda de que: "el fin de todas las cosas se acerca". Se aproxima el cambio de dispensación. La gran transición, de lo que se ha obtenido durante esta dispensación a lo que se obtendrá en la siguiente, se acerca con rapidez.
Si es cierto, si eso nos ha hecho impresión, deberíamos buscar en la palabra de Dios para ver si tiene algo que decirnos acerca de lo que el Señor hará en un tiempo como éste. No quedaremos sin información clara, por lo que se refiere a la naturaleza de las cosas en un tiempo del fin, y en cuanto a lo que Dios presenta como Su obra suprema en ese tiempo. Aquí, en el tiempo del fin representado por Simeón, Ana y un grupo en Jerusalén, hemos estado viendo algo de esas características espirituales y constantes de ese tiempo. Ahora, nuestro punto particular es sobre el servicio de Dios como está representado por Simeón en un tiempo del fin.
Nos ocuparemos del servicio y del siervo, poniéndolo en ese orden, porque el servicio que se ha de ejecutar explica las relaciones de Dios con el siervo. Nunca entenderán por qué el Señor trata con ustedes de ciertas maneras, mientras no sepan lo que Él quiere hacer con ustedes. Para decirlo de otro modo, las relaciones de Dios con nosotros son proféticas de lo que Él va a hacer en nosotros y por nosotros.
EL SERVICIO: INTRODUCIR A CRISTO EN PLENITUD
Aquí estaba Simeón. El servicio definía el hombre, porque como hemos visto antes, introducir a Cristo en plenitud, era el servicio que Simeón debía efectuar. Hasta entonces, a Cristo se le había dado a conocer de modo fragmentario, en varias porciones de la palabra, de diversas maneras, un poco aquí y otro poco allá. Había sido un desarrollo progresivo de lo que apuntaba a Cristo o lo simbolizaba. Pero ahora, el fin de esos tiempos había llegado. El fin de señales y símbolos, de partes y diversidades. Ahora había llegado la totalidad, el Cristo completo, el Señor mismo.
Simeón estaba estrechamente relacionado con la introducción y la presentación de Cristo en el futuro, quien es la encarnación de la plenitud de Dios. Ésa era la esencia de su servicio, el porqué Dios lo había reservado y guardado con vida. Cuando hay un servicio que cumplir como ése: o sea, introducir esencialmente a Cristo, no simbólica o parcialmente, sino esencial y totalmente, el camino del siervo no será corriente ni fácil. La historia no será simple. Parecerá muy compleja, muy desconcertante, muy sometida a tensión. Habrá todo para poner al instrumento fuera de servicio.
EL SIERVO
1. Preparado a través de la presión
Se necesita sólo leer el relato de los años entre los dos testamentos, para ver el bajo nivel en que estaban las cosas cuando vino el Señor Jesús. Había muchos que seguían el sistema religioso, pero lo real, el valor espiritual esencial, era muy pequeño, y el estado de las cosas muy deplorable.
Simeón había vivido largos años a través de ese estado de cosas, y bien hubiera podido desanimarse. Había, digo, suficiente como para ponerle del todo fuera de combate. Sabemos cuáles eran las condiciones políticas de su tiempo, las que crearon una situación en la que era casi imposible esperar el cumplimiento de cualquier testimonio glorioso. El enemigo estaba en el país, y el pueblo de Dios se hallaba mucho más que en una pobre condición. La historia espiritual interior de este hombre no pudo haber sido un tipo de cosas fáciles de vivir, sino que debió de ser llena de pruebas, desesperante y de mucha presión, para echarlo fuera sin rodeos. ¡Extraños caminos los de una vasija de plenitud! Podríamos pensar que ser escogidos para un propósito como ése, significaría que la historia, en cierto modo, sería perfecta, maravillosa, estupenda, sin ninguna dificultad.
Pero es justamente lo contrario. Esa vasija, escogida y reservada por Dios para introducir una mayor plenitud de Cristo, es una vasija asediada y asaltada de una manera extraña, por toda clase de cosas extraordinarias. Tiene un recorrido complicado, en el que no es nada raro que renuncie, que lo dé por perdido y diga: "¡La situación es desesperada!" El camino de este servicio que tiene que ver con la plenitud de Cristo, es un camino de mucha dificultad, de perplejidad, de angustia, de presión, de tensión y, a menudo, de complicación e imposibilidad aparentes.
2. Probado por la obra escondida de Dios
Quiero decir aquí, que Simeón no era más que la voz individual y el actor de un ministerio corporativo en tiempo del fin. Se nos dice que Ana, la cual es un complemento de Simeón, "hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén". Está claro que había un grupo en Jerusalén, y es posible que fuera, y sin duda lo era, relativamente pequeño; pero allí estaba. Había allí un grupo que esperaba, que oraba de manera permanente por la plenitud del Señor. Simeón no era sino la voz y la expresión de esa vasija corporativa.
Digo eso para que, en este asunto, no pensemos demasiado en individuos, considerándonos Simeones por separado. El Señor levanta un testimonio corporativo para representar e introducir Su mayor plenitud. Lo que es verdad del individuo, lo es del grupo. Este grupo pasa por extraños e inhabituales caminos de prueba, de perplejidad, de adversidad, de tensión, y muchas veces su posición parece ser una imposibilidad.
Piensen solamente en Simeón. Todos esos largos años había sido constante, orando, esperando, suspirando por la venida del Ungido del Señor. Aunque Dios mismo le había hablado y dicho "que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor", sabemos muy bien que, bajo ciertas condiciones de presión, estamos tentados a dudar aun de lo que el Señor nos ha dicho y, para Simeón, ya anciano, no habría sido extraño que dijera: "Me pregunto si no estoy equivocado. ¿No estaré agarrándome de una ilusión? No parece que ocurra nada, no parece que haya alguna novedad. Me estoy haciendo cada vez más viejo e incluso las promesas de Dios no parece que se cumplan; lo que Dios ha dicho no parece que esté cerca de realizarse". Bajo la presión podemos pensar y sentirnos así. No dudo que Simeón sufrió en su mente los mismos asaltos que otros del pueblo de Dios, en su relación con lo que es de valor para el Señor.
Entonces hemos de darnos cuenta de que como parte de una vasija –y no como siendo personalmente de una gran significación—, podemos tal vez estar compartiendo la extraña historia y la presión particular de esa vasija, porque es elegida de Dios para introducir una mayor plenitud de Su Hijo, en un tiempo cuando la necesidad espiritual va a ser muy grande y muy intensa.
Los caminos de Dios en los días de Simeón eran caminos escondidos. No había ninguna señal, nada que hablara de una poderosa obra de Dios. Ser capaz de vivir y de seguir viviendo cuando parece que Dios no hace nada de lo que se ha estado esperando y hablando, es lo que más nos pone a prueba. Todas las señales están escondidas, los caminos de Dios están fuera de nuestro alcance. Pero es en esas pruebas que el Señor prepara Su vasija para ese servicio particular.
3. Reducido con vistas al perfeccionamiento y a la eficiencia
Ahora bien, he dicho que ese grupo era muy pequeño, y eso está confirmado una y otra vez por la palabra de Dios. En tiempos críticos, tiempos de transición, es una nota característica que se ha de tener en cuenta. En un tiempo del fin, la vasija de plenitud es en sí misma una vasija muy pequeña. Puede ser que haya algo grande, pero aquello que va a servir realmente al pleno propósito de Dios, será reducido para ser perfeccionado, como en el caso de los treinta y dos mil hombres que estaban con Gedeón, y que quedaron reducidos a trescientos para ese propósito. Al final, no fue una gran compañía, una muchedumbre, un movimiento de masa. Es así y así lo será al fin. Lo que está relacionado con la intención más completa de Dios, será relativamente una cosa pequeña muy refinada, y el Señor se da mucho trabajo para que así sea.
4. El esclavo de un déspota
Cuando, pues, llegamos a Simeón con relación a ese servicio, notamos que él habla de sí mismo como del siervo del Señor. Hay dos palabras aquí de significado considerable. "Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra". Como ya hemos dado a entender, la palabra que él usó: "...despides a tu SIERVO (esclavo)... " es la que tan frecuentemente usaba el apóstol Pablo acerca de sí mismo. "Pablo, SIERVO (esclavo) de Jesucristo". Simeón se miraba a sí mismo como el esclavo del Señor. Cuando dice: "Ahora, SEÑOR, despides a tu siervo", no empleó la palabra usual por Señor, sino la palabra déspota. "Ahora, oh Déspota, despides a tu esclavo". Miren el concepto que tenía de sí mismo, en calidad de siervo, y del Señor como en la posición de una entera supremacía sobre él.
Pensamos muy a menudo del Señor como en Quien nos deleitamos. Nos gusta llamarle Señor, pero de ningún modo pensamos de Él, en el sentido de un déspota. Esa palabra tiene un elemento desagradable para nosotros. ¡El Señor, el Déspota! Lo que trato de hacerles ver es que, en esta manera de expresarse, Simeón se considera como un siervo del Señor bajo Su completo dominio. El Señor era enteramente su amo, el déspota. Él, Simeón, era un hombre dominado, sometido, subyugado.
Para este servicio de la plenitud de Cristo, el siervo ha de estar sobre la base de un esclavo, de uno en total sujeción al Señor. Tanto es así, que aquí, la figura que en griego tenemos detrás del lenguaje, es la el esclavo que ha sido heredado o comprado y, en tal caso, ha sido marcado con hierro. Ese esclavo no puede tomar la libertad, a menos que una autoridad superior se la dé o lo compre para liberarlo de su esclavitud; no tiene ningún derecho. Y Simeón está diciendo: 'Ahora, Señor, deja ir a Tu esclavo marcado con hierro; dame mi licencia celestial'.
¡Qué concepción del siervo del Señor! Tiene que ser así. Para servir al Señor en toda plenitud, tenemos que llegar ahí.
5. La respuesta terminante del corazón al prendimiento divino
En el caso de Simeón, había dos factores entrelazados. Había el acto soberano de Dios cuando agarró a Simeón, y la respuesta que de corazón éste dio. Estas dos cosas van por el mismo camino. Dios actuó soberanamente para prenderlo, y por su parte Simeón le dio la respuesta de un corazón íntegro. Pero esto obraba también de la otra manera. El corazón de Simeón se apoyaba tanto en el Señor, que Dios lo agarró.
Hay la gran verdad de la Biblia que, detrás de toda nuestra historia y experiencia espiritual, está la elección que concierne, no la salvación, por supuesto, sino el servicio. Eso no depende en absoluto, de alguna cosa por nuestra parte. Sin embargo, Dios mira para ver la actitud de nuestro corazón, antes de expresar y de llevar a cabo esa elección. Queda el hecho que el Señor espera algo por nuestra parte, siquiera sea una actitud, una realidad, que de verdad le hablamos en serio, antes de que pueda sacar a la luz, con toda evidencia, lo que Él ha previsto y proyectado.
Cuando nuestro corazón está completa y decididamente entregado al Señor, como el de Simeón, que llama al Señor su Déspota y a sí mismo se llama el esclavo del Señor, descubrimos entonces que el Señor nos ha tenido en perspectiva desde hace mucho tiempo, y Sus intenciones respecto a nosotros nos son reveladas. Ustedes ven cómo la soberanía de Dios y la entrega de nuestro corazón están entrelazadas. Son como dos círculos entrecruzados, que van girando todo el tiempo sobre sí mismos. Recuérdenlo bien porque son cosas muy importantes.
6. Servir sólo a Cristo
Ahora bien, la vida puede ser definida, significativa y unificadora, si está dominada únicamente por un solo Amo. La explicación de la división, la desintegración, la distracción, la falta de cohesión, de certidumbre y de significación, es muy a menudo porque no tenemos un Amo. O estamos intentando ser nuestros propios amos o nos estamos dejando dominar por toda clase de intereses y consideraciones, y así nos colocamos en las manos de las fuerzas que están trabajando para destruir nuestras vidas.
Nuestra gran necesidad es de un Amo, un Déspota y de estarles enteramente sometidos; lo que Pablo (el hombre que conoció todo esto) llamó ser "asido por Cristo Jesús" (Filipenses 3:12). Ésta era la concepción de Pablo de su conversión. Un día, Dios puso su mano sobre Pablo, y dijo: 'Ahora, Pablo, te tengo; ¿qué vas a hacer?' Y la respuesta dada de todo corazón que nunca se volvió atrás, fue: "¿Qué haré, Señor?" (Hechos 22:10). Desde entonces, Pablo se llamó a sí mismo el esclavo de Jesucristo, y lo único que le preocupaba era estar supeditado a Cristo o que Cristo fuese Señor incondicionalmente. Si no es así, la vida será una confusión, una guerra civil dentro de nosotros mismos. A menos que haya un Amo solo y absoluto, la vida será una cosa mal ajustada. Hasta que Él no sea nuestro Amo, no logramos entender por qué Dios nos ha creado.
Tomen a Pablo como ejemplo. Pablo estaba haciendo estragos en su propia vida, así como en la de muchos otros, mientras se rebelaba contra el Señor, dando coces contra el aguijón. Esto se hizo perfectamente claro cuando el Señor obtuvo el dominio.
Y lo que es más (y que es siempre verdad, donde hay esta falta de completa sumisión al Señor), Satanás era la fuerza motriz detrás de Pablo. Él pensaba que era su propio amo, pero estaba siendo dirigido. Estaba indefenso ante el vigor con el que este poder maligno le conducía. Cada vez más, este poder del maligno se ataba a él y le empujaba desesperadamente todo a lo largo, lo que suponía un gran coste para él, y mucho sufrimiento para muchos otros.
Cuánto hay detrás de esas palabras que Pablo empleó más tarde de sí mismo: "siervo de Jesucristo". Todas esas fuerzas indomables y tempestuosas de su propia naturaleza, con las que nosotros también estamos muy familiarizados, esas fuerzas que furiosamente se alzaron contra el Señor y contra todo lo que es del Señor, todo ese amotinamiento de las fuerzas malignas, fueron sometidos a Jesucristo, y Pablo pudo hablar de sí mismo como "esclavo de Jesucristo".
7. Satisfacción sólo en la plena intención divina
Volvamos a Simeón. Ven ustedes, Simeón era un hombre muy interesante. Los eruditos han descubierto que era hijo de Hilel, gran erudito judío que fundó una escuela de interpretación de la ley. También se ha declarado que Simeón era el padre del gran Gamaliel, a cuyos pies Pablo fue educado. Si estos hechos son auténticos, Simeón debió tener un patrimonio excepcional, una esfera de mucho interés. Pero para Simeón, el hecho de que el Señor pusiera Su mano sobre él, significó que nada de eso –de su importancia, de su herencia, de su mundo grande y lleno como era–, respondía a su necesidad más profunda. Esta profunda necesidad que estaba aún en él sin respuesta, insatisfecha, fue su prendimiento.
Nosotros mismos llegamos a eso, hasta cierto punto, cuando descubrimos que, por mucho que pueda haber en la vida y en este mundo que nos interese, y ocupe mucho de nuestro tiempo y atención, no está respondiendo de una forma o de otra, a nuestra necesidad. Hasta donde nos sea posible, podemos lograr éxito en todo eso y, sin embargo, incluso lo mejor y lo más grande sigue siendo de algún modo una desilusión. Hay algo que queda por satisfacer. Es la mano de Dios que nos agarra para que nada justamente nos satisfaga. Como decimos, hay algo que está por satisfacer: una pregunta por contestar, un sentido apremiante de nuestra situación con relación a alguna cosa más, y con algo más alto. Esto es señal de que Dios tiene un propósito más grande en nuestras vidas, porque no nos permite nunca estar satisfechos con nada menos que con todo el objetivo para el cual Él nos ha llamado.
Podríamos pensar que ahora tenemos nuestro campo. Lo podemos explorar y explotar; pero si eso es menos que el pensamiento entero de Dios, descubrimos que no hemos encontrado todo lo que en lo más recóndito de nuestro corazón sabemos que es la respuesta a nuestra existencia, a ese sentido de destino, de propósito divino, que arroja un vacío y descontento en todo lo demás. Fue sin duda así con Simeón. Esa otra cosa no había todavía aparecido realmente. Pero el día que vino, todo su mundo se desvaneció entonces como nada. Simeón dijo: '¡Ya lo tengo, ya he llegado!'. El día que tuvo al niño Jesús en los brazos, supo que tenía la respuesta.
¿Ha tenido usted una experiencia como esa? ¿Sabe usted algo de lo que eso significa? Estar esperando, anhelando, orando, presintiendo, y entonces el Señor le pone en contacto con esa cosa que es particularmente de Él mismo, y usted dice: "¡Es de esto que he estado sintiendo la necesidad; esto es eso!"
Ese es el trato del Señor con un siervo suyo o con un instrumento sea personal o corporativo, que ha sido escogido para algo más que lo corriente, que es llamado a lo más completo en lugar de lo parcial.
Reconozcamos, pues, que el Señor necesita una vasija aprehendida para traer la medida más grande de la plenitud de Cristo. Examinemos la extraña historia espiritual por la que pasa esa vasija, es decir, las relaciones poco comunes de Dios con ella, y el interés inhabitual de los poderes del mal al concentrarse en volver esa vasija inutilizable, a fin de echar a perder ese propósito. Aquí está muy claramente representado por este hombre.
Ven ustedes, tengo el presentimiento de que el Señor quiere decirnos algo, en este momento, del fin que se acerca, de Su preocupación por una vasija que le sirva de esta manera más completa, referente a Su Cristo, en un tiempo de inmediata necesidad espiritual, y de lo que, por consiguiente, podemos esperar en cuanto a nuestra propia experiencia frente a un enemigo en su horrible ofensiva. Cuan necesario, pues, es ser ahí para el Señor más que un abandono ordinario.
Vengamos al lugar donde Él es muy de verdad Amo y Señor, donde le estamos del todo sujetos. Hagamos de esto un motivo de oración muy definido. Si podemos discernir algo de estas señales relativas al mundo, a la fase venidera de las cosas, así como a nuestra propia experiencia espiritual, comprendamos que son de inmenso significado, y lleguémonos con sinceridad al Señor para que Él halle en nosotros una vasija a mano, enteramente bajo Su dominio.
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