por T. Austin-Sparks
Capítulo 1 - Testigos Oculares de Su Gloria
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo. Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos. Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista. Cuando llegaron al gentío, vino a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo: Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar. Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traedmelo acá. Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora. Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno” (Mt. 17:1-21).
“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pe. 1:16-19).
Aquel pequeño colofón del himno escrito por M. E. Gates, que muchas veces cantamos, podía ser el título de nuestras meditaciones presentes –“hombres cuyos ojos han visto al Rey”-. ¡Hombres cuyos ojos han visto al Rey! Cuando, en aquel himno, oramos al Señor que nos mande tales hombres, estoy seguro de que todos sentimos profunda y fuertemente que esa es la gran necesidad de muestro tiempo. Al mundo le faltan tales hombres, a la Iglesia le faltan; y en todas las ocasiones cuando el Señor ha tenido tales hombres; y les envió, la necesidad fue suplida –Su necesidad y la necesidad de otros. Creo que la expresión “Ver al Rey”, es la que realmente resume todo este asunto de la transfiguración. Por eso el Señor llevó monte arriba a los tres líderes de los doce, para que, en seguida, avivados por esa visión con significado y poder por el Espíritu Santo, saliesen como hombres que habían visto al Rey. ¿Y qué pasó? Vivimos hoy en el valor constantemente aumentado de aquella visión.
LA OCASIÓN DE LA TRANSFIGURACIÓN
La ocasión misma en la Palabra en ambos lugares en que se menciona la transfiguración, como acabamos de leer, es significativa y de gran ayuda. Como usted sabe, tres de los cuatro Evangelios –Mateo, Marcos y Lucas– mencionan este asunto de la transfiguración, indicando sin duda que para estos hombres este asunto fue de una importancia particular. Aunque Juan no menciona eventualmente el asunto, no estoy convencido de que lo pasó por alto, o que no lo tuviera presente. Consideraremos esto más adelante. Pero recordará usted que la situación se hacía más difícil para el Señor en los días cuando ocurrió la transfiguración. La enemistad creciente en todas direcciones le oprimía, oprimiendo gravemente Su espíritu, dificultando y limitando cada vez más Su ministerio. La sombra de la cruz se alargaba en Su senda. Justamente de este asunto ahora habla abiertamente a Sus discípulos por primera vez: Él habla libremente de Su cruz. La atmósfera precisamente se estaba cargando del sentir de una crisis inminente –algo va a ocurrir. Fue en aquel tiempo, en esas condiciones, que llevó a tres de los doce al monte aparte, y fue transfigurado delante de ellos. Esto tenía una relación especial con la situación que se desarrollaba.
Muchos años después, Pedro escribió acerca de la transfiguración, y es mediante sus epístolas que tenemos la oportunidad de conocer algo de la situación. Comienza su primera epístola dirigiéndose a los santos “expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” –santos de la dispersión. Tal vez sepas lo que quiere decir pertenecer al pueblo del Señor “en dispersión”, en lugares apartados, en lugares aislados; la distancia y la soledad fomentan sus propios problemas y dolores de corazón. ¡Cómo parecen las cosas más fáciles cuando estamos juntos! Hay tal sentir de compañerismo, tal sentir de vida y de gozo cuando todos estamos juntos. Estos santos, tal vez, hubiesen conocido algo de la gran “compañía” de Jerusalén o de otro sitio, pero ahora estaban dispersados con todas sus implicaciones. Pedro continúa hablándoles de “la prueba de su fe” – la prueba de “vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego” (1 Pedro 1:7). Estos santos esparcidos conocían algo del “fuego” de fe probada. Hay mucho más en sus epístolas que indica que la situación no ayudaba mucho al pueblo de Dios. La clave de sus cartas es “gracia”; necesitaban conocer la gracia. Había oposición, había persecución, había falsos profetas y falsos maestros. Y en esa situación Pedro escribió e introdujo este asunto de la transfiguración.
Esto es significativo. Hay algo para el pueblo de Dios en este gran asunto en días de dificultad y adversidad: en verdad, lo que necesitan ellos y necesitamos todos nosotros en tales tiempos es una nueva visión del Rey. Eso, entre otras cosas, es lo que el Señor Jesús se proponía para ese pequeño grupo de hombres. Él les mando a los tres no decir nada de lo ocurrido en el momento de la transfiguración, hasta que hubiese resucitado de entre los muertos. Alguien usó su imaginación con relación a esta situación, aludiendo qué difícil tenía que ser para estos tres hombres guardar silencio, y no decir aún nada del asunto a los demás; pero cuando ya hubiere resucitado, en seguida, si lo deseaban, contarían a los otros y a todos con gozo y ansia su maravillosa experiencia. Se trata de lo más esencial de todo. Si esto es verdad –eso es, si la transfiguración fue verdad–, entonces cualquier cosa en la Biblia es verdad, y todo en la Biblia es verdad. Si tal hecho no fuese verdad, podemos dudar de todo. ¡Pero fue verdad!
LA SIGNIFICACIÓN DE LA TRANSFIGURACIÓN
¿Se da cuenta que la transfiguración determinó el momento crítico en la misión del Señor Jesús en esta tierra? Había ido al punto más lejano de sus viajes al norte; desde aquel límite extremo de su ministerio, volvería inmediatamente al sur –a Jerusalén, y a la cruz. Una decisión resuelta y eficaz, de gran significado, se realizó en el monte; era una crisis, un momento crítico. Si pudiéramos verlo, podríamos decir que representaba el mismo punto central de su tiempo aquí en la tierra. ¿Pero qué significaba en cuanto a Él?
1) SU HUMANIDAD PERFECCIONADA
Pienso que la transfiguración significaba dos cosas juntas. Ciertamente representaba y exhibía la perfección absoluta de Su humanidad. Aquí ha llegado al punto de Su propia perfección personal como hombre. Esta glorificación, esta transfiguración era el testimonio del cielo de Su completa impecabilidad perfecta como hombre: Que en todo sentido, fuesen los asaltos, tentaciones, sutilezas y esfuerzos del infierno, fuera el odio, la malicia, el engaño y lo que sea de los hombres, Él había vencido, triunfado completamente. Si tuviésemos que analizarlo, tendríamos que mirar al vocablo pecado. Pero podemos decir esto, que la totalidad del pecado, su significación desde el principio en el jardín del Edén hasta el fin, es deslealtad a Dios – una ruptura de comunión con Dios por desconfianza. Eso es la esencia misma del pecado. Todo se concentraba sobre Él, de cada esfera, para que por cualquier medio, de una u otra manera se produjera una ruptura entre Él y Dios. Eso sería pecado.
Pero en su caso nunca pasó. Él lo enfrentaba todo y triunfó. El primer Adán fracasó, y toda su posteridad había sido complicada –pero aquí hay un hombre perfeccionado. La humanidad que Dios intentaba establecer, aquí se logra y se realiza, y por eso se glorifica. En cuanto a Él, eso era el primer significado; el pecado, con toda su consecuencia horrible, ha sido derrotado completamente en este Hombre y por Él; y por eso, la muerte tiene que ceder; allí no cabe la muerte, porque la muerte es el resultado del pecado. Si Adán jamás hubiese pecado, nunca hubiera muerto. ¡Éste nunca pecó: No podía morir –solamente podía ser glorificado!
2) EL RETORNO DE SU GLORIA
Hay otro aspecto respecto a su significado en cuanto a Él. Creo que sea bastante claro decir que el Señor Jesús llevaba en Su corazón un anhelo y una oración por la gloria que Él tenía antes. Me parece que, en este particular, Juan toca este asunto muy de cerca. En el decimoséptimo capítulo de su Evangelio, reproduce aquella gran oración del Señor Jesús: ”5Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. Eso abre una ventana y nos muestra que el Señor Jesús era consciente de Su gloria eterna pasada: Él la llevaba consigo; era consciente de ella –¡qué pensamiento maravilloso!–, y esa conciencia de aquella primera gloria siempre le estimulaba para orar y anhelar por el día cuando volvería a ella y volvería a Él. “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.
El monte de la transfiguración había venido como una respuesta a la oración de Su corazón y Su grito y anhelo –por lo menos un toque de ella–. Un toque fugaz, pero para Él era una respuesta necesaria; y es de esas cosas que, tal vez tú conozcas un poco, por experiencia, en tu vida cristiana. El Señor sólo hace algo –pasa; pero tú sabes por Él mismo que se le ha oído. Sabrás entonces que hay simpatía en el corazón del Padre por tu necesidad y situación. Dura solamente por un día, o una noche, por una hora o por un momento, y luego pasa, porque el fin del camino todavía no ha llegado; la gloria eterna no ha venido todavía; pero el toque en el camino es algo que nos lleva adelante. Sabemos que el Señor ha oído; sabemos que el señor ha tomado en cuenta aquel grito interior y anhelo, y nos ha dado una señal de Su simpatía. Así era con el señor Jesús –la respuesta a Su propio clamor.
3) LA COMPENSACIÓN A LA CRUZ
Ahora, aquí el Señor introduce el asunto de Su cruz de una manera directa y sincera. Si había habido algunas indicaciones antes, los apóstoles y su representante, Pedro, no habían tomado en serio esas indicaciones; pero ahora, en esta ocasión, el Señor Jesús se acerca al asunto muy claramente, en forma muy deliberada. Pedro se había levantado como el portavoz de los demás, en rebelión; no quiere aceptarlo (cfr. Mateo 16:21-23). Pero aquí lo tenemos. La transfiguración tenía que ser una compensación a la cruz para aquellos hombres; pero en aquel momento pensaban que la cruz sería el fin de todo: vergüenza y fracaso, reproche, afrenta y desesperación. Cuando llegasen a ver que la cruz exactamente era lo opuesto de todas esas cosas, entonces la transfiguración ocuparía un nuevo sitio, y la verían como Pedro lo confirma en su epístola.
Si quieres leer otra vez en su primera epístola, verás que Pedro dice esto: “10Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, 11escudriñando qué persona, y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:10,11). Ahora Pedro lo entiende; lo ha abarcado con la vista en su justa medida. Primero, cuando quería rechazar los sufrimientos; estaba completamente a favor de la gloria –la pone primero. Los discípulos aspiraron a la gloria y no querían experimentar nada de los sufrimientos; la cruz era una cosa que no querían escuchar ni aceptar. Gloria sí, pero los sufrimientos, no. Ahora lo ha captado precisamente: “Los sufrimientos de Cristo y las glorias que vendrían tras ellos.”
¿Es eso lo que Moisés y Elías hablaron al Señor Jesús en el Monte? –“Su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén“- ¿Los sufrimientos y la gloria? La transfiguración era la gran compensación a los sufrimientos en la cruz; y fue propuesta no solamente para el Señor mismo. Fue propuesta para estos líderes entre Sus siervos para que recibiesen el fundamento en el cual luego el Espíritu Santo descendería para poder mirar que no solamente la cruz del Calvario, sino toda su consecuencia fuese a la luz de la gloria, apuntara a la gloria final. Estos sufrimientos dirigían a la gloria. Mas tarde llegaron a verlo. Usted y yo necesitamos ese mensaje. El mensaje de la trasfiguración a esta ocasión particular es esto: Ahora no todo es “Transfiguración“. Hay mucho que es de la llanura y del valle; allí esta la cruz. Tome usted nota de que el Señor Jesús, hablando de la cruz, dijo: “El que quiera salvar su vida, la perderá“ (Mateo 16:25). Hay mucho de eso para atravesar y experimentar. Pero quiere decir que todo eso –la cruz, Su cruz , y el efecto de su cruz en la experiencia de Sus propios siervos– se realiza para este fin glorioso, que serán glorificados juntamente con El.
EL RESULTADO DE LA TRANSFIGURACIÓN
Tenemos que buscar su resultado en el suceso que enseguida ocurrió, cuando descendieron del monte. Está lleno de verdad; demasiado lleno para tratarlo a fondo ahora. Descendieron y tuvieron un encuentro con este padre desesperado – desesperado acerca de su muchacho, a quien (en el idioma original) llama “mi unigénito hijo”, su único niño”–. Por su puesto, hay muchos elementos emocionales inherentes a este suceso, que podemos dejar de lado. Pero aquí este padre está con su niño, inquieto acerca de la situación, y desilusionado por los nueve delegados del Señor Jesús, la mayoría de sus discípulos a quienes había dejado abajo. Él describe la condición del niño, lo que pasa con él, e informa al Señor, que, aunque había traído al niño a Sus discípulos, no pudieron ayudarle ni hacer nada para aliviarle.
1) UNA IGLESIA IMPOTENTE
Aquí seguramente, el pensamiento del Espíritu Santo, que nos da estos detalles, es la sugestión de una Iglesia impotente en la presencia de esta humanidad en la llanura, movida por demonios. Es representativo de la condición de este mundo y de la humanidad. ¿Sería exagerado decir que la descripción de la dificultad de este niño y cómo le afectara, podría ser visto como contrastándola al mundo de hoy? El mundo está bajo el dominio de un poder al que no puede resistir; una fuerza que va empujando, empujando hacia la destrucción; siempre empujando hacia la autodestrucción. No puede remediarlo, de este universo se ha apoderado un poder maligno, empujándolo, dominándolo, frustrando cada esfuerzo; y en esta escena de desamparo y necesidad de la humanidad, se encuentra una Iglesia que no sabe qué hacer con la situación, que no puede con ella. Esa situación puede manifestarse a través de diez mil cosas. Todos tenemos que encarar situaciones con las cuales no podemos lidiar. Tal vez en tu asamblea, tal vez en tu propia familia, tal vez en ti mismo, te encuentres con poderes abrumadores, empujando; y siempre en dirección hacia la autodestrucción, la maldad, el daño, la herida, la injuria; hacia el fuego y el agua para destruir y ahogar. El caso de este niño es una buena descripción de la obra maligna del enemigo en la vida humana; tenemos esta pequeña muestra de tal obra en este niño. Sin entregarnos a la crítica indigna, y con reconocimiento de todo el sacrificio noble, y servicio, trabajo y afán de los siervos del Señor, sin embargo, tenemos que decir que el pueblo de Dios, en gran parte y en muchísimas cosas, es impotente ante la presencia de estos poderes. Los poderes malos se mantienen firmes; desafían y derrotan cada esfuerzo.
Es bastante claro que estos nueve discípulos habían hecho un esfuerzo. “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?” Evidentemente lo habían intentado y fracasaron. Su esfuerzo y trabajo era en vano, y el enemigo se burlaba de ellos, manteniéndose. Entre tanto, sin duda, el mundo crítico alrededor estaba muy contento de que estos discípulos fueran una expresión tan pobre de su Señor, desengañándole en esta forma. ¿Qué es el resultado de la transfiguración? Seguramente es esto, que estas situaciones tienen que ser encaradas con el impacto del Cristo exaltado y glorificado. ¡Es un asunto de impacto! Cuando uso esa palabra, estoy muy convencido de que tú dirás: Sí, eso es lo que necesitamos; eso es lo que la Iglesia necesita; eso es lo que las comunida- des locales necesitan; eso es lo que necesito en mi propia vida –un impacto sobre situaciones, sobre lugares. Eso es lo que sucedió más tarde, ¿verdad? Estos hombres que habían llegado a entender el significado de la transfiguración; estos hombres cuyos ojos habían visto al Rey, Jesús, perfeccionado, glorificado, exaltado, atestiguado por el Cielo–, hombres que le habían visto así, fueron a todas partes; y ¡qué impacto! Raramente fallaron, si acaso alguna vez, en impactar sobre esta tierra, en medio del reino de Satanás.
2) EL IMPACTO DE LA PRESENCIA DEL SEÑOR JESÚS
¿Y nota usted, cómo Pedro describe esto? “Habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” –Su Majestad. ¿No hace falta el impacto de la majestad del Señor Jesús sobre esta tierra? Tiene que ser así. Otra vez, dice: “Os hemos dado a conocer el poder y la presencia de nuestro Señor Jesucristo...” Me pesa que no hayan traducido esa palabra (παρovσίαv, parousía, presencia) así; han puesto “venida”. Por supuesto, la palabra muy frecuentemente se relaciona al regreso del Señor Jesús, pero la palabra misma no se puede reservar exclusivamente a la venida. La misma palabra es usada por los apóstoles cuando entraban (venían a) en una situación. Se trata de la misma palabra, sea para indicar “venida” o “presencia”. Y Pedro describe esto como “el poder y la presencia” de Su majestad. Sí, eso es el resultado. El poder, no como abstracto y sin relación, sino el poder de Su presencia en Su majestad –eso es el monte santo; eso es el alto lugar; eso es lo que el mundo necesita. Permíteme usar otra vez la palabra, ”impacto”. Si tuviésemos parte en ver al Rey en Su gloria; si fuese nuestra suerte asir un rayo del Señor glorificado, eso respondería a la necesidad y al clamor por impacto. Y, por otro lado, nunca habrá un impacto hasta que le hayamos visto a Él como el Señor glorificado. Él es la respuesta a cada necesidad, y una visión de Él en Su exaltación y confirmado por el Cielo, resultará en un nuevo impacto en nuestras vidas, nuestros ministerios, nuestras iglesias, en cualquier situación. ¿No exclama tu corazón como el mío? ¡Ah, que la Iglesia recobre su impacto sobre este mundo! Y esto no es otra cosa que el impacto de la majestad de la presencia del Señor Jesucristo.
Ahora bien, nosotros sabemos que eso es lo que acontecerá cuando esta palabra sea realmente cumplida por Su aparición en el fin. Cuando Él venga “herirá la tierra con la vara de su boca“ (Is. 11:4). El resplandor de Su presencia será devastador para la maldad. No cabe duda que cuando se realice aquella presencia, aquella “parousía”, habrá un impacto. Clamamos por eso, oramos por eso. Pero la palabra no se usa exclusivamente para eso, sino en ocasiones diferentes en otras conexiones. La misma palabra, exactamente la misma palabra que se usa para la venida del Señor Jesús, se usa respecto de los apóstoles entrando en una situación, o estando presentes allí. También se usa respecto del Señor Jesús en este sentido de movimiento. Vino, en ese sentido, en el monte de la transfiguración; era la manifestación de Su presencia en gloria. Repetidamente se presentaba Él mismo, y cada vez había un impacto –entre tanto todo indicaba Su gran manifestación de presencia final en gloria. Es interesante que Pedro usa exactamente la misma palabra para el suceso en el monte de la transfiguración como la que usa para la venida del Señor al final –la presencia del Señor.
LA NECESIDAD PRESENTE
Me imagino que tú estás de acuerdo con todas estas declaraciones, tanto en cuanto al significado como a su resultado. Pero actualmente en la Iglesia necesitamos una anticipación del día de Su venida, ahora. Necesitamos algo del significado de ese impacto final ahora –Su presencia en majestad y en poder. ¿Qué te parece? Uno de los escritores que registró este evento, nos cuenta que Jesús ascendió al monte para orar, “y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra” (Lucas 9:29). Y cuando descendió, la llave que usó para aquella situación desesperada, fue la llave de la oración: “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (Mr. 9:29). ¿Por qué tenemos que orar? ¿Qué ha de ser la carga de nuestra oración con relación a este asunto de impacto, poder recuperado? Si tienes algún sentido de la condición desorientada de este pobre mundo, y la desesperada necesidad, no controlarás tu oración; no ajustarás tu oración a una regla; no harás de la oración un sistema legalista de “tienes que...”, y cosas semejantes. Si tú eres tocado, como el Señor fue tocado, con esta situación y esta necesidad, sea en un individuo o en una compañía, o en el mundo, o en la Iglesia entera, la única cosa que harás –pero ciertamente lo harás– es orar. ¿Y por qué orarás tú? ¿Qué es lo que responderá a la necesidad, a la situación, qué la tocará?
Bien, aquí tenemos el punto de partida. Sentimos la necesidad; nos damos cuenta de la situación aquí y allí, en esta persona y la otra, en este lugar y más allá. Por supuesto, oramos al Señor y le pedimos que haga algo acerca de esto; eso hacemos. Confío en que no estoy diciendo algo equivocado cuando digo que con demasiada frecuencia resulta como el esfuerzo de los nueve ¡No pasa nada! El asunto continúa, persiste y te desafía. Mira, la necesidad no es para esa clase de oración. Lo que se necesita es la clase de oración que introduce la majestad y el poder de Jesucristo; que es nacida de una comprensión poderosa de Su gloria, de quién es Él, lo que ha hecho, dónde está y lo que está haciendo ahora. Eso es lo que necesitamos recuperar. Tenemos que decir mucho más acerca de eso. Pero –reconozcámoslo, encarémoslo, y confesémoslo– lo que se necesita es esto: el secreto de introducir la majestad del Señor en la situación; imponiendo aquel poder sobre la cosa. Es ejecutivo, es dinámico, es algo que deja registro; y la cosa se cumple. ¿No estás tú de acuerdo conmigo en que eso es el secreto de lo que necesitamos? Y para realizar eso, repito, necesitamos de nuevo poderosamente familiarizarnos con la grandeza del Señor Jesús, en nuestro ser interior. Todos estamos de acuerdo en que Él es grande. Cantaremos, “¡Cuán grande es Él”!; no nos reservaremos nuestras palabras acerca del Señor Jesús en gloria; sin embargo, hay una brecha entre eso y la situación presente. Esa es la tragedia y ese es el problema y la confusión del caso. Él es como aquello, y sin embargo, esto es como esto, y las dos cosas no son juntadas.
¿Por qué llevó a esos tres hacia arriba? No meramente porque tenía corazón para comunión humana, ¡No! Sabía quiénes eran; conocía su futuro; conocía la posición que Pedro ocuparía, y conocía el ministerio que Juan ejercería, aun más allá del tiempo de vida de todos los demás. Él les llevó allí para acompañarle precisamente en vista de que, en aquellos días futuros, cuando tendrían que encarar estas situaciones en esta tierra, en este mundo, estarían en posesión del secreto de Su majestad, y que serían un eslabón entre Él en gloria y esta condición de vergüenza y maldad. ¿No es esa la vocación de la Iglesia? –¿ser Su eslabón entre el Cielo y la tierra; ser su instrumento para la confirmación de Su reino por encima del reino de Satanás?– ¿No es para eso para lo cual somos llamados? Si no es esto, no sabemos para qué estamos aquí. Y si fracasamos en este punto, podemos hacer diez mil cosas, y todavía el enemigo se reirá de nosotros. Con todos nuestros esfuerzos e inversión, él aún mantiene el territorio tan terrible. ¡Oh, que haya hombres cuyos ojos hayan visto al Rey! Haberlo hecho así, significa algo tremendo en la vida de tales hombres. Esto es lo que hemos de ver. Aquí está la preparación del camino. Antes de empezar a orar acerca de situaciones, oremos por una nueva visión de la majestad y gloria del Señor Jesús, y entonces nada será imposible. Creo que eso era lo que estaba en el pensamiento del Señor Jesús, cuando dijo: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza...” No es meramente una afectación psicológica. ¡Si solamente hubieras comprendido el significado más pequeño de Su majestad, todo sería posible. Es tan grande!
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