por
T. Austin-Sparks
Extracto de Capítulo 10 del libro “Christ Our All”, 1935. (Traducido por Elizabeth Montero, Costa Rica)
Cuando Jesús estuvo en la tierra tuvo continuamente Su vida en el cielo. Él nunca tomó las cosas por sentado, sino que mantuvo una vida de fe. Él triunfó sobre las situaciones aquí en la tierra en el poder de la fe y por la oración. La oración ocupó un gran espacio en Su vida. Continuamente sacaba de Sus recursos celestiales la fortaleza necesaria y los medios para alcanzar Su obra para la gloria del Padre. Esta era una actividad de fe en relación a Su Padre y necesaria para Él. ¡Cuánto más deberíamos nosotros vivir sobre la base de la fe y la oración en unión con Él!
El Señor Jesús estaba consciente de su ligamen con el propósito eterno y universal. En Mateo 16:18 leemos lo que Él dijo en vista de ese propósito: “...edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.
El Señor Jesús sabía que Él estaba camino a la Cruz. Inmediatamente después de la declaración de Pedro concerniente a Cristo como Hijo del Dios vivo, empezó a hablarles a Sus discípulos de la Cruz, mostrándoles que Él debía ir a Jerusalén y sufrir. De cara a esto encontramos esta deliberada declaración del Señor: “...edificaré mi iglesia”. La cual claramente muestra que el propósito de la vida de Cristo no sería derrotado por la muerte; la Cruz no podría destruirlo. Sí, Él efectivamente dijo: “Yo voy a ser crucificado, pero vengo a edificar mi iglesia y la voy a edificar. El propósito por el que he venido no puede ser interferido; la Cruz no puede obstaculizarlo”. Aquí vemos el claro propósito que caracterizó Su vida y que era más poderoso que la muerte. Él incluso añadió: “...y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Todas las fuerzas de la oscuridad no podrían impedir el propósito de Su vida pues estaba ligado a la eternidad, con un poder que la muerte y el infierno no podrían resistir.
Notemos las marcas enfáticas de este propósito en los siguientes pasajes de las Escrituras:
Hay otros versículos que expresan de manera similar este propósito definitivo tales como: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
En todas estas referencias vemos una misión especial. Detrás de la venida del Señor Jesús a este mundo, vemos un propósito definitivo y predeterminado. Él no sólo vino por alguna empresa o campaña, tampoco estaba iniciando un movimiento. Todo en Su vida estaba en relación al propósito divino. Había un plan definitivo en el concejo eterno de Dios “desde antes de la fundación del mundo”, el cual el Señor Jesucristo vino a cumplir. Esta es la razón por la cual no podría ser frustrado, incluso las puertas del infierno no prevalecerían contra él.
En la vida del Señor Jesús no hubo nada incidental, todo tenía un claro propósito. Es por eso que el profeta Isaías lo llamó “el siervo del Señor”. Cuán a menudo el Señor Jesús dijo con respecto a Su misión: “Yo debo...” Hay algo imperativo en estas palabras: “Yo debe hacer las obras del que me envió”. Esto habla de una total ausencia de cualquier cosa indefinida.
El evangelio, de acuerdo a Marcos, se caracteriza por definición, al mostrarnos al Señor Jesucristo como el Siervo de Dios. La expresión característica de Marcos es “de inmediato”; esta ocurre unas cuarenta veces en el evangelio, mostrando cómo debía ser el siervo. Si nosotros estamos aquí para el Señor y Su servicio, no tenemos tiempo que perder. Todo nuestro corazón tiene que estar dedicado a Él, toda nuestra vida marcada con el propósito de obediencia a Él y nuestra actitud, en relación a Él, tiene que ser “de inmediato”.
El Señor Jesús derivó mucha fortaleza a partir del conocimiento del propósito con el que Su vida estaba ligada. No cabe duda de que nosotros también deberíamos obtener la fortaleza de ese sentido de propósito, de la consciencia de la vocación divina que es nuestra. Esta es la razón por la que el enemigo siempre trata de desanimarnos. Él busca levantar preguntas y dudas en nuestros corazones, en cuanto al logro del objetivo, diciéndonos que nuestra labor es en vano. Si él logra robarnos ese sentido de propósito de nuestra vida, si logra que tengamos dudas con respecto a nuestro testimonio, nuestra obra o al valor del sufrimiento por el que tenemos que atravesar, perderemos nuestra fuerza y tendrá el sartén por el mango.
Jesucristo se mantuvo en la fortaleza de Dios a través de todo el camino, porque estaba dominado por el sentido de Su misión, porque mantenía firme Su propósito. Si nosotros nos aferramos al propósito de nuestra vida, si nos mantenemos en la perspectiva de nuestro llamado celestial, también mantendremos nuestra fortaleza. Pero si tratamos de cumplir alguna ambición por nuestra propia cuenta, si nos dedicamos a realizar nuestros propios programas, si mantenemos algún movimiento en marcha, no habrá recursos divinos disponibles para nosotros. A fin de ser mantenidos en la fortaleza es esencial que sepamos que estamos en el propósito de Dios. Nuestro servicio debe ser siempre el resultado del propósito divino. Es de suma importancia para nosotros comprender que tenemos un lugar en el plan de Dios. Tenemos que negarnos a nosotros mismos; en el propósito de Dios no hay espacio para intereses personales. “A los que aman a Dios”, aquellos cuyos corazones están ocupados con Dios y el cumplimiento de Su propósito, “todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados”. Esta es una declaración clara de que los creyentes son llamados a un propósito divino. Nosotros tenemos que saber tan claramente como lo supo Jesús, que estamos en el propósito de Dios.
Pablo habla repetidamente es sus cartas de aquellos que son llamados “de acuerdo a Su propósito”. En Efesios 3:10-11 una de esas declaraciones: “...para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor”. Nosotros podríamos pensar que esto es para algún momento en el futuro, pero claramente dice “ahora”. Dios está haciendo algo en Su iglesia ahora, que es mostrado a los principados y potestades. Nosotros estamos rodeados por inteligencias invisibles que están viendo el trato de Dios con nosotros. Están viendo las experiencias por las que tenemos que atravesar, las cuales están ligadas al eterno propósito de Dios.
¿Cuál es ese propósito? Que seamos conformados a la imagen de Su Hijo. En Jeremías 18:2-3 leemos: “Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda”. Los principados y las potestades tienen que, por así decirlo, ir a la puerta del alfarero y ver. ¿Qué es esa vasija en las manos del alfarero? Es la iglesia; pero el Alfarero celestial no está satisfecho con Su vasija, tiene que quebrarla y formar una nueva.
Ahora el barro está en la rueda, tienen que haber toda clase de tratos y trabajos divinos, y estas inteligencias invisibles están viendo cómo el Alfarero nos está formando. Nosotros somos ese barro y algunas veces sentimos la presión y los cortes de las manos del Alfarero mientras conforma Su iglesia. No obstante, todas nuestras pruebas y nuestros sufrimientos, toda nuestra perplejidad son sólo la manera en que Dios nos está llevando a la meta. Todos Sus tratos tienen efecto sobre nosotros y logran un cambio en nosotros. Entre tanto, todas estas altas inteligencias ven y se maravillan ante la sabiduría de Dios de cómo Cristo está siendo formado en nosotros más y más.
Ese es nuestro llamado. En tanto estemos en la línea del propósito de Dios, Su obra podrá continuar en nosotros. Lo que importa no es, en primer lugar, nuestra actividad; Dios está más interesado en lo que Él está haciendo en nosotros, que de lo que nosotros hacemos por Él. Dios alcanza Su objetivo en nosotros mucho mejor cuando estamos inactivos, que cuando estamos activos, con mucho trabajo. La mano del Alfarero estaba sobre Moisés cuando estaba en el desierto, donde él no podía hacer mucho. Durante cuarenta años sólo caminó detrás de unas pocas ovejas; eso no es nada imponente. No dudo que él en algunos momentos se preguntara con qué propósito estaba ahí, si su vida tenía algún valor; pero los principados y las potestades veían algo y se maravillaban de la sabiduría de Dios. Dios sabía cómo equipar a este hombre, cómo conseguir Su camino en esa vida. Eso es verdad en el caso de muchos de los siervos de Dios. Dios está obrando para bien, Él está dándole forma a Su vasija. Hay sabiduría en todos Sus tratos con nosotros, pero tenemos que ver que nosotros no tenemos planes o ambiciones personales por nuestra propia cuenta. El barro tiene que estar completamente en Sus manos; si nosotros estamos realmente aquí por el Señor, podemos estar seguros de que Él alcanzará Su objetivo, que Él obrará Su propósito en nosotros. Ahí encontraremos nosotros la fortaleza.
¿Está usted seguro de estar en el propósito de Dios? Todos tienen alguna parte en él. Pablo, cuando le habla a la iglesia lo ilustra así: “...todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente...”. Ninguna parte del cuerpo carece de función. Todas y cada de una tiene que ver con el propósito de Dios. Puede que algunas sean pequeñas, y sin embargo, son igualmente importantes.
Tenemos que recordar que Dios nos ha llamado para un propósito, el cual será realizado conforme nos abandonemos a Él. Debemos estar listos para hacer lo que sea que Él nos llamó hacer. Una vida poseída por el Espíritu Santo siempre está marcada por propósito, nada puede perderse en dicha vida; dejemos de creer en meras generalidades. ¡Eso no es suficiente! Hay algo más categórico para nuestras vidas en los pensamientos de Dios. Abandonemos todos nuestros deseos personales y seamos llenos de la urgencia del Espíritu de Dios: “de inmediato”. Aquellos que saben que son llamados de Dios y reconocen claramente el propósito de sus vidas, se entregarán totalmente a ello. Los tales no tendrán ningún interés por las cosas de esta tierra, no tendrán tiempo que perder; deberán comprar su tiempo.
Ahora nuestra vida está ligada con nuestro Señor Jesucristo en la gloria. El propósito eterno de Dios reina sobre nosotros con dimensiones universales, tan vasto como ese dominio de principados y potestades en los lugares celestiales. La iglesia de Jesucristo es la encargada de un enorme e insondable plan de Dios. Saber esto significa fortaleza; saber esto nos mantiene no sólo en calma en tiempos de perplejidad y prueba a través de las cuales Dios está obrando Su plan, sino también nos llena con esa paz y gozo que, como dijo el Señor, el mundo no nos la puede quitar.
Estamos en el gran propósito de Dios, llamados con llamamiento celestial. No hay nada incidental sobre nuestras vidas. Nuestro tiempo es determinado por Dios. Estamos en la nómina de Dios. Su propósito no está completo aún. La venida de Cristo a esta tierra sólo fue la primera etapa de él, pero como Cristo está en el cielo, ahora hay una obra plena de Su propósito en relación con la iglesia. Reconozcamos, entonces, en todas las cosas la voluntad de nuestro Padre celestial, pongamos nuestra confianza en Él y miremos la meta del Espíritu creyendo que la alcanzaremos por Su gracia.
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